La aridez
En la película del turco Nuri Bilge Ceylan (última Palma de Oro en el Festival de Cannes) todo elemento temático aparece como inseparable a su forma. Sueño de invierno (Kis Uykusu, 2014) es un film riguroso, de composición milimétrica, pero jamás vacuo; su espacio es el ideal para transmitir la aridez del protagonista.
Aydin (Haluk Bilginer, tremendo actor) es un hombre de mediana a avanzada edad; actor retirado que vive en su propio hotel en la casi inhóspita Anatolia; “casi”, porque, además de sus huéspedes, viven no muchos habitantes más. Algunos de ellos son inquilinos que tienen problemas para pagar el alquiler, y esbozan una línea más social de la película (jamás condescendiente ni paternalista). Aydin es también un intelectual. O al menos intenta serlo. Como una especie de Tío Vania (el cine de Ceylan, sobre todo esta película, guarda una notable filiación con la dramaturgia de Chejov), su prédica sobre el afuera es prepotente, pesimista, un tanto petulante. Su mirada sobre el mundo queda registrada en un diario local en donde publica una suerte de “notas de observación”. Vive junto a su joven esposa Nihal y a su propia hermana, quienes a medida que avanza la película le harán notar sus falencias, no tanto para ayudarlo a mejorar, sino como efecto de una implosión tras años de frustración.
Quienes hayan visto dos joyas como Lejano (Uzak, 2002) y Climas (Climates, 2006), entre las siete películas de su filmografía, sabrán que Nuri Bilge Ceylan es un autor que va “por todo o nada”. Las líneas rectoras de su cine son rigurosidad pictórica en la concepción del plano, y el trabajo sobre lo que a modo de síntesis podríamos señalar como “teoría del iceberg”: mostrar la superficie, sin obviar todo lo que pasa debajo. Así, su cine invita a descubrir el “adentro”, lo que en una primera visión puede resultar intrascendente. Esas decisiones en algunos momentos lo acercan a la grandilocuencia, de la que logra escapar merced a la densidad temática que le da sustento a la forma. No por nada se lo ha comparado con Bergman.
En Sueño de invierno (¡de 195 minutos de duración!), el realizador utiliza como telón de fondo la llegada y el apogeo del invierno, ámbito especular de Aydin, personaje que puede generar antipatía y conmiseración de un plano a otro, el “observador” de los dramas ajenos. Un observador pasivo, tal vez, pero cuyas decisiones (las más notables son las que más se demoran) sirven para conocer más de las miserias, decepciones, sueños incumplidos y temores de él mismo y de quienes lo rodean. Por momentos, la trama deviene en secuencias de apuesta teatral (jamás teatro filmado, que no es lo mismo), y entonces el diálogo se transforma en el mejor conductor del drama interno. Intercaladas con monumentales espacios áridos, esas palabras cobran otro sentido, y la película entera adquiere un aura melancólica, aletargada. La línea más “social” es la que vincula al personaje con una familia de inquilinos que no pueden pagar el alquiler, y que hacia el final de la película abrirá una arista más dolorosa sobre la injusticia y la diferencia de clases, pero desde una perspectiva menos tranquilizadora, más potente.
Está claro que estamos frente a un cine que demanda un espectador que le dé sentido a la acumulación de pequeños gestos que, en su conjunto, revelan un mundo. Ceylan propone una mirada sobre ese universo tan particular y a la vez universal que es el matrimonio, integrado en el devenir del relato a otros temas igualmente universales como la lucha de clases, la juventud, la necesidad de mantener intacto el deseo.