Existen películas que merecen ser vistas una infinidad de veces, y no solo por sus elementos aislados (actuación, fotografía, entre otros), sino justamente por su conjunto, por el resultado que se obtiene de esa agrupación. Ese mundo creado hace que un film deje de ser una simple producción para convertirse en una obra maestra.
Lo primero que aterra de Sueño de Invierno (Kis Uykusu) es su duración pero quién entienda de construcciones de universos, sabrá comprender sobre el tiempo que se necesita para desarrollar una historia tan claustrofóbica como sublime. Nuri Bilge Ceylan necesita de 196 minutos para narrar la vida y el entorno de un personaje atrapado en la piedra en Capadocia.
Aydin, es un actor retirado y ahora se dedica a la administración de una posada-ubicada en Anatolia Central-, que pasa sus días encerrado en una pequeña oficina, su refugio existencial, para escribir un libro sobre el teatro turco y una columna semanal para un diario local. Aydin está casado con una joven y hermosa mujer, y mantiene a su hermana recién separada. Es dueño de un hotel muy codiciado y de otras propiedades que alquila. También es culto e inteligente pero también posee la vanidad del actor. Aydin tiene todo pero nada alcanza para lograr la felicidad.
Sueño de Invierno: Geografía de los sentimientos.
Cada situación preponderante se desarrolla en un espacio cerrado y casi en penumbras. En escenas de casi veinte minutos los personajes escupen su odio y aborrecimiento, su sentir se pone en la piel pero siempre en un tono justo y moderado. Tanto su fotografía en claroscuro como los diálogos de los personajes son comparados con la maestría de Ingmar Bergman. Y, por supuesto, la historia se desarrolla durante el invierno, estación que penetra en los huesos y cala hondo en el alma.