A Chejov con cariño
El cineasta turco Nuri Bilge Ceylan cautivó una vez más al Festival de Cannes y obtuvo en 2014 la Palma de Oro por su nuevo opus Sueño de Invierno, donde dialoga intertextualmente por un lado con el cine del sueco Ingmar Bergman o del Italiano Michelangelo Antonioni y con la literatura de Anton Chejov, Fiódor Dostoievski, entre otros, para dar rienda suelta a partir de sus personajes a un puñado de reflexiones sobre la decadencia de valores en el islamismo, la ruptura social con una diferencia de clases cada vez más evidente y la crítica solapada a la mirada intelectual o al distanciamiento dialéctico de la realidad cuando en lo discursivo se esconde la cobardía y la melancolía por un mundo mejor y más justo.
El protagonista pivote de este relato, Aydin (Haluk Bilginer) de 3 horas 16 minutos, dialoga con diferentes personajes secundarios que se acoplan a su procesión y a su viaje persona. Con cada uno de ellos entabla una acalorada discusión sobre diferentes tópicos, pero en la que paulatinamente transparenta un carácter soberbio, cierta melancolía por la juventud ya perdida y el desencanto por la sociedad o el entorno. Actor ya retirado, heredero de varias propiedades que comparte con su hermana Necla (Demet Akbag), su vida transcurre entre los diálogos y la preparación de artículos para publicar en un periódico de baja tirada. Ese pequeño detalle de trabajar sin un sentido más que el anhelo y egoísmo de un escritor frustrado es uno de los puntos claves que lo separan de su pareja Nihal (Melisa Sözen), mucho más joven que él y que no oculta el odio por vivir a su sombra como mujer de.
Lo que el director de Climas (2006) propone como parte de esta puesta de cámara en el sentido teatral, más que el cinematográfico, es una historia para mostrar dos miradas sobre el mundo y sobre el rol de la mujer en la sociedad turca. La enorme diferencia entre la pasividad de Necla, hermana del protagonista, que no hace otra cosa que aburrirse frente a la independencia buscada por la joven Nihal; sus intentos apresurados de caridad con los carenciados o los enfrentamientos formales ante su esposo, hablan a las claras de este propósito. Pero como estamos en presencia de un film que reflexiona sobre la ética y moral de sus personajes, el detonante de ese largo debate de posiciones, que encuentra su mayor expresión en charlas de apariencia banal, es un incidente menor pero que acarrea toda una larga cadena de situaciones y conflictivas subyacentes para explorar rasgos de la condición humana.
Sin que el espectador advierta, una piedra arrojada por un niño estalla en el vidrio del vehículo en el que se transporta Aydin y su mano derecha Hidayet. Volantazo mediante para evitar un accidente mayúsculo, Hidayet apresa al agresor, nada menos que el hijo de uno de los inquilinos morosos de Aydin y deciden devolver al pequeño a su hogar no sin antes prevenirle al padre sobre lo sucedido. El padre del pequeño, lejos de ensayar una disculpa, expresa un absoluto desprecio sencillamente porque sus interlocutores pertenecen a otra clase social, sabiendo que debe el alquiler y que por ese motivo el desalojo está a la vuelta de la esquina.
Desde ese conflicto mínimo, el director de Tres Monos (2008) suelta amarras para subirnos al transatlántico y navegar así en las aguas más profundas de las miserias y las virtudes humanas; para anclar en la tensión irresuelta entre la culpa y la redención como posibles escapes aliviadores cuando la mustia y gris existencia parece solamente alcanzada por el tiempo. Contraste de grises en lo que a conductas se refiere en un manto de blancura que aporta la estepa helada de Capadocia, lugar en donde se encuentra el hotel Otelo, que recibe a los turistas y mantiene el estatus y negocio de Aydin para que éste se desentienda de la supervivencia cotidiana y así pueda salir en busca de un horizonte, donde las críticas a su arrogancia no caigan con la misma virulencia que la nieve que tapa todo.
Sueño de Invierno no sólo hace alusión a William Shakespeare, de ahí también el nombre del hotel, en clara referencia del dramaturgo inglés que versa entre otras cosas sobre los celos y su poder destructivo, sino que recae en el homenaje al escritor ruso Anton Chejov tomando prestados tres de sus relatos, que aquí son el mejor pretexto para desarrollar cada uno de los monólogos y diálogos agudos donde la precisión narrativa es asombrosa.