El frío de la melancolía.
Ganadora de la Palma de Oro en Cannes, la película del realizador turco trata sobre la vanidad... y el amor.
Los personajes de Nuri Bilge Cey- lan parecen haber nacido para el sufrimiento. El realizador turco de Erase una vez en Anatolia, Tres monos y Lejano trabaja sus puestas desde la actuación. Su manera de contar no es la de mostrar. Los intérpretes de Sueño de invierno -con una base chejoviana y el naturalismo de Dreyer, más el guiño a Cuento de invierno, de Shakespeare- llevan adelante el argumento en sus diálogos y/o casi monólogos.
La trama no es una mera excusa. Aydin es un actor retirado, que, entre otros modeos de sobrevivir, regentea un hotel entre las ruinas de Anatolia y administra uns propiedades que ha heredado, junto a su mujer, mucho más joven. Es el rol de la mujer en la cultura islámica el que experimenta un giro en Sueño de invierno., y con él, el del protagonista. Hay una contraposición entre Nihal, la esposa de Aydin, y Necla, su hermana, que viene de afrontar un divorcio complicado.
Son dos maneras de ver el mundo, o de afrontar los cambios socioculturales. Nuri Bilge Ceylan deja que se expresen largo y tendido. No por nada la película, ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2014, dura 196 minutos.
El relato tiene a Aydin como centro, como pivote para ir adentrándose en otras historias que corren en paralelo, como la de los inquilinos. Si la cámara va y regresa, la pintura que hace de Aydin, culto y erudito, también es lapidaria. El hombre es cínico, engreído, pero también patético. Se ha aislado en las montañas, y se autodefine como el único que puede escribir la historia del teatro turco, rodeado de libros.
Pero si por su arrogancia cuesta despertar simpatía, su vida está llena de mojones con sueños que se han roto.
Las relaciones en la pareja -de ahí el comienzo de la crítica, sobre el sufrimiento que atraviesan los protagonistas- están marcadas por un romanticismo pesimista. El juego de las miradas desnuda, cuando no las palabras, esa posición de sometimiento de Nihal.
El choque de culturas -y de clases sociales-, y los celos son abordados sin medias tintas. El director hace una película de cámara, sin apelar a los virtuosismos formales de Climas: lo que hay que decir, se dice en palabras.
Aunque hay lugar para las alegorías o los símbolos. Como la nieve, que se adivina y se ve pesada, acumulada y cayendo sobre el hotel, agobiando.