Uno espera especialmente cada nueva película de Ana Katz, una realizadora personal, original, que también escribió el guión junto a Daniel Katz. Como en sus films anteriores (“La chica del parque”, “La novia errante”) ella pone su sello, su estilo. Esa manera tan especial, como en este caso, de utilizar el humor, de mostrar a una familia de clase media argentina tan reconocible en sus dichos, sus mandatos, sus pequeñas miserias, con el barniz de una alegría, alentada por las vacaciones, pero con la inteligencia de descubrir todo lo que bulle en el interior de sus criaturas. Cada situación amable, graciosa tiene un corrimiento que nos permite vislumbrar mucho más, la dimensión de cada situación, sin caer en la crueldad, pero desnudando sentimientos. Una pareja de psicólogos, “técnicamente separada”, como ellos mismos definen, van en busca de un sueño nostálgico y perdido. Recordar otro tiempo, otras vacaciones en un lugar que ya no es ni por casualidad ese paraíso irremediablemente perdido. Van hacia la ilusión de ese paréntesis en un lugar distinto, años del menemismo, lugar común de descanso perfecto, quizás con la esperanza de una solución mágica. Deseos, comunicación, redescubrimiento del erotismo, la libertad tan añorada, la frustración tan temida, la relación con los hijos que inevitablemente jugaran la suya. Mercedes Morán es la protagonista calma y sutil, extraña habitante de una realidad que la excita y la retrae. La que ve y no ve lo que le ocurre. Gustavo Garzón se luce con su personaje difícil e incómodo. Sus hijos de ficción, son Joaquín Garzón, hijo de Gustavo y Manuela Martínez, hija de Mercedes. Un film encantador y amargo al mismo tiempo que disimula sus aristas rugosas con esa “alegría tropical” que nunca alcanza.