La quinta película de la realizadora de “Mi amiga del parque” se centra en una familia que viaja a Brasil en plena época del menemismo y, una vez allí, debe lidiar con sus problemas irresueltos y con las tentaciones que les ofrece el lugar. Una notable comedia dramática sobre las contradicciones de la clase media argentina.
No hay demasiados (ni demasiadas) cineastas en la Argentina que hayan hecho de los problemas, las alegrías y las penurias de la clase media su materia prima fundamental. Para Ana Katz, las minucias de esa medio indefinida pero reconocible clase social son el principio y el fin de casi todas las cosas. A su manera, a lo largo de sus cinco películas, la directora de EL JUEGO DE LA SILLA ha logrado armar una obra sobre ese universo que, además, tiene otras dos particularidades igualmente características.
Por un lado, su observación a fondo de personajes femeninos. Si bien hay excepciones (como LOS MARZIANO), la carrera de Katz se caracterizó por poner el ojo en los problemas de las mujeres de esa clase. Pero al decir esto no me refiero a problemas de esos que llegan a las tapas de los diarios o generan atracción mediatica. Sino a la vida cotidiana, los placeres y sufrimientos diarios, de cierto tipo de mujer argentina. La otra “particularidad” es su tono. ¿Son comedias las películas de Katz? ¿Son dramas? ¿Son las dos cosas y a la vez ninguna? De una manera que no es necesariamente naturalista, la realizadora se ha convertido en una exploradora de ese universo tan complicado como absurdo, tan engañosamente “mínimo” pero finalmente central a la experiencia de millones de personas.
SUEÑO FLORIANOPOLIS, ya desde el título, remite a un imaginario argentino del pasado más o menos reciente: la vacación reparadora en Brasil, en ese lugar donde los conflictos porteños desaparecerían y, por arte de magia, surgiría alguna otra cosa: mar, playa, aventura, diversión, caipirinha, un nuevo amor. Todo eso sucede en la película de Katz, que transcurre en 1992 (menemismo full) y se centra en una familia (pareja y dos hijos adolescentes) que viajan a esa ciudad tan prototípica e idealizada por la clase media aspiracional de la época. Pero el viaje no sale como lo piensan. El lugar que alquilaron sin verlo (no olviden que esto es pre-internet) resulta ser un fiasco y, casi sin querer, terminan en un a casa un poco alejada del centro de la ciudad, en donde el entretenimiento y el descanso se mezclarán con la manifestación evidente de conflictos asordinados en la pareja, y con la aparición de personajes locales que, a su modo, actuan como detonantes de todo eso.
Mercedes Morán y Gustavo Garzón encarnan a Lucrecia y Pedro, la pareja que viaja con sus hjos adolescentes hacia allí en un Renault 12. Ellos no están bien y suponen que la vacación les servirá para recomponer su relación. Pero el asunto no es tan simple. A su vez, los hijos adolescentes (Julián, encarnado por Joaquín Garzón, y Flor, en la piel de Manuela Martínez) aprovechan el disimulado caos que atraviesa la pareja para hacer sus vidas, alejados de esa un tanto pasiva/agresiva relación que tienen sus padres. En algún punto uno podría pensar que los personajes de SUEÑO FLORIANOPOLIS son los de UNA NOVIA ERRANTE varios años después, reconciliados, casados y con hijos. Y la idea de que esto es una secuela puede sonar absurda hasta a la propia directora, pero acaso no lo sea tanto. Al menos, “espiritualmente”.
Lucrecia (Morán, otra vez notable) entabla una relación tierna con Marco (Marco Ricca), el dueño de la casa en la que terminan parando. Pedro (Garzón, brillante en un papel difícil), en tanto, hace lo propio con Larissa (Andrea Beltrão). Y así, entre fiestas, salidas, música, reuniones, charlas de playa e incomodidades cotidianas, va apareciendo a la vez la manifestación de esa crisis y la idea un poco banal de que todo puede resolverse en esa especie de playero Las Vegas sudamericano que, para muchos argentinos, es Brasil. “Lo que pasa en Florianópolis, queda en Florianopolis”, podría ser el slogan de esta película y no estaría del todo errado. Pero lo cierto es que no es tan así.
Los conflictos en la ruta, los matrimoniales, los que hay entre hijos y padres y las complicaciones cotidianas de vacacionar en un lugar distinto al imaginado hacen que SUEÑO FLORIANOPOLIS se acerque, de entrada, más a una pesadilla que a un sueño. En un punto del relato y de la vacación, cierta magia del lugar (y de los locales, cuyos personajes “tudo bem” son casi parodias del prototipo del brasileño playero en la imaginación argenta) se apodera de ellos y todo parece cobrar una nueva vida. Pero acaso sea efímera, insignificante. En algún momento hay que volver al Renault 12, mandarse a la ruta y encarar el largo viaje de regreso al caótico gris porteño… de 1992.