Ya sea por la rutina abordada como por la reconocible clase media retratada, Sueño Florianópolis es la película más convencional de Ana Katz hasta la fecha: los énfasis amargos, graciosos o incómodos de filmes como Una novia errante o Mi amiga del parque se amenizan en un enfoque tan amplio y relajado como el mar y las vacaciones.
La resignación de personalidad en pos de universalidad se hace explícita en una escena en que el matrimonio protagónico de psicólogos Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón) espía a su pareja de pacientes neuróticos discutiendo entre las rocas, uno de ellos Katz: el brote de elocuencia que el filme decide minimizar.
Pero Sueño Florianópolis guarda un as de singularidad bajo la manga: la profesión autoconsciente de la dupla que preside el viaje es clave para instalar un cruce sutil entre costumbrismo y drama moderno, picaresca y comedia existencial. Y es que la familia tipo que atraviesa la frontera en su Renault e improvisa un portuñol en los albores de la década de 1990 es también una que mantiene el vínculo a pesar de la separación conyugal, aspecto ya no tan común en el reflejo generacional.
Es ese espacio indefinido de afecto y libertad entre Lucrecia y Pedro –en ella experimentado de manera natural, en él resistido- lo que hace a la película tan sensible como memorable. La cámara se apoya no tanto en los lugares comunes de toda estadía brasilera como en las miradas y los silencios, el instante luminoso en que padres e hijos flotan en el agua.
Katz suma otra ola al concentrarse en el paréntesis aparte que vive Lucrecia, que Morán interpreta con soltura admirable. Son numerosos los matices expresivos de la mujer de mediana edad que se responsabiliza por sus retoños de rebeldía adolescente a la vez que se deja seducir por Marco (Marco Ricca), que oficia de alma del grupo y se adentra solitaria en la distancia del océano con un pequeño bote en uno de los momentos más bellos.
Así como el argentino toma conciencia de su gentilicio en el extranjero, así también estos personajes asumen su realidad más allá del fuera de campo de sus vidas aun cuando la experiencia dure solo un verano.