Los 90 fueron de ellos
Ana Katz (Los Marziano, Una novia errante, Mi amiga del parque) es sin duda la directora argentina que mejor logró mezclar el cine de autor con la comedia, asumiendo riesgos narrativos y estéticos dentro de un género que se rige por las convencionalidades y el lugar común.
Sueño Florianópolis (2018) está ambientada en los años 90, y relata las vacaciones familiares de una familia de clase media argentina que en épocas de paridad cambiaria emprende un viaje en auto al balneario brasileño. Un matrimonio de psicoanalistas que han decidido vivir técnicamente separado y sus dos hijos adolescentes son los protagonistas de una historia que funciona como espejo de una clase social que ascendió rápidamente en lo económico pero con manías de miserabilidad.
Katz trabaja la historia con un estilo retro buscando empatía con el espectador que vivió esa época. Para eso apuesta a un tono de comedia melancólica con personajes que funcionan como un reflejo y actitudes que viran entre la miseria y las apariencias. Por suerte Katz evita caer en las típicas últimas vacaciones familiares y el duelo de la inminente separación para trabajar sobre la vida sexual de los personajes, de distintas generaciones, a través de un erotismo no explicito, pero sí de acciones que los sacan de su zona de confort. Los personajes se la juegan y hacen lo que sienten. También es interesante el rol de la mujer, ya no en estado de pasividad sino tomando la iniciativa.
Mercedes Morán (impresionante como siempre), Gustavo Garzón y sus hijos Manuela Martínez y Garza Garzón, son los responsables de poner en escena a una clásica familia porteña con todos los tópicos característicos. El hecho de que sean los hijos verdaderos aquellos elegidos para interpretarlos hace que el vínculo familiar sea aún más creíble, logrando que lo inverosímil se vuelva verosímil ante la química que se genera en el cuarteto.
Una misma historia puede ser contada de mil maneras diferentes, con un tono que dependerá del punto de vista y el género elegido. Sueño Florianópolis podría haber sido un drama meloso o una comedia ingeniosa. Katz optó por la segunda opción y el resultado valió la pena, más allá que sobre el final la trama se sienta un tanto reiterativa, la primera parte es colosal.