UN PASAJE HASTA AHÍ
El juego de la silla, Los Marziano, Mi amiga del parque, como se ve a Ana Katz la comedia le sienta bien, aún cuando sus películas no sean comedias típicas y estén más cerca de cierta tragedia. La tragedia, en todo caso y en su cine, es la de ser humanos y tener que entrar en fricción con otros seres humanos: por eso, además, que el objeto de estudio de la directora sea la familia, esa célula que sintetiza su universo cinematográfico. En Sueño Florianópolis nuevamente una familia toma el centro, aunque progresivamente descubriremos cómo está compuesto ese núcleo en apariencia sólido de padre, madre, hija e hijo. Entonces ¿qué mejor que enfrentar a la familia al mayor generador de crisis? Las vacaciones… Estamos en los 90’s y el beneficio cambiario (remarcado por los personajes) permite este descanso argento en tierras brasileñas.
A partir de la construcción de los vínculos familiares, el cine de Katz está plagado de lazos que se resisten a romperse por el bien de las apariencias y las tradiciones, aunque su mirada es principalmente cómica y puntualmente sardónica. Al menos es lo que intenta nuevamente en Sueño Florianópolis, donde la mayor falla es precisamente que esa mixtura de humor y drama que siempre funciona aquí luce decididamente desangelada: en el humor la película recurre muchísimas veces (tal vez demasiadas, al borde del único recurso) a la típica canchereada argenta del uso de un portuñol amañado: algo que en un comienzo puede leerse como una crítica a cierta clase social, pero que se vuelve absolutamente repetitivo. Si Katz trabaja, a partir del matrimonio que integran Mercedes Morán y Gustavo Garzón, la crisis de personajes que se encuentran a la deriva, el mayor error es sumar lo narrativo a esa deriva. La película, entonces, parece ir para ningún lado de la misma manera en que lo hacen sus protagonistas.
Otro aspecto cuidado del cine de Ana Katz son las actuaciones, y en ese sentido hay que decir que Morán y Garzón están perfectos, sosteniendo una química impecable (aún en personajes que por momentos carecen de química entre ellos), y construyendo ese choque con lo otro desde una experiencia absolutamente física: esas caminatas playeras, esa búsqueda de confort en una naturaleza extraña. De hecho, esto desemboca en la mejor escena de la película, una secuencia onírica donde el regreso a lo primitivo parece ser la salvación de las tradiciones y ese lugar donde los personajes terminan encajando. Pero esa secuencia, además, sobresale por el nivel de extrañeza que genera, por romper con cierto esquematismo narrativo de una película que va perdiendo la gracia a medida que avanza. Si muchas veces el cine de Katz explora premisas que no logra sostener del todo, Sueño Florianópolis no va mucho más allá de lo que en un comienzo podíamos pensar de ella. El borrador de una gran historia o, apenas, una película menor dentro de una filmografía de lo más gratificante.