Verano de 1992. Gracias al cambio favorable, los argentinos viajan en manada hasta las playas brasileñas. Florianópolis, la más cercana, exige 1.752 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Y allí van, madre, padre y dos hijos adolescentes, en un auto que aguanta más de lo que puede. Algo similar pasa con el matrimonio. De hecho, sus integrantes se definen como técnicamente separados, pero todavía veranean juntos. ¿Lo hacen como un intento de reflotar la pareja, o es un trámite de cierre civilizado? Sería cosa de preguntarle a un psicólogo. Bueno, ellos dos son psicólogos.
Ana Katz revive en tono de comedia amable aquellos tiempos previos a la explosión cibernética e inmobiliaria, con los avatares del viaje, la búsqueda de asentamiento, la adaptación a un ambiente entonces algo más silvestre, y sobre todo el encuentro con una pareja de brasileños también técnicamente separados pero bien relajados y quizá demasiado hospitalarios. “¿Este tipo siempre anda en sunga?”, se molesta el argentino cuando el otro se acerca con excesiva cordialidad. La mujer, en cambio, no parece molesta.
Ya dijimos, es una comedia amable. Con el tono propio de un relato de vacaciones (en sentido amplio), tiene su costadito picaresco, linda pintura de costumbres, buen cotejo de mentalidades, de ilusiones y oportunidades para que cada uno pueda decidir un cambio en su vida, o no, y tiene también una puntita de melancolía. Amén de un elenco exacto, bien preciso, con Mercedes Morán, siempre creíble, a la cabeza. La mejor película de Katz, hasta el momento.