Ana Katz volvió a hacerlo. Con su habitual precisión, sensibilidad y sentido del humor construyó en "Sueño Florianópolis" un relato sobre todo lo que no se ve a simple vista o no siempre se manifiesta: los afectos, las emociones, las consecuencias de los encuentros y los desencuentros. Es decir: todas esas cosas que pasan mientras se vive. Pero también sobre la pareja, el amor, los hijos. Como ya lo hizo en "El juego de la silla", "Una novia errante" o "Los Marziano", apela a los rituales cotidianos de la experiencia compartida. En este caso lo hace a través de una pareja, Pedro y Lucrecia, a cargo de Gustavo Garzón y Mercedes Morán, que viajan a Florianópolis para pasar, quizás, sus últimas vacaciones con sus dos hijos adolescentes. Los argentinos se hospedan en la cabaña de una pareja de brasileños y en ese ámbito de libertad con fecha de vencimiento, de sueño como lo sugiere el título, se permiten ser otros, tanto los hijos como los padres. Con un humor genuino que se genera en el absurdo y no en el gag o en el chiste, Katz se lanza a la exploración de los rituales familiares y las convenciones sociales -el disfrute forzoso, la sexualidad- y desafía hasta en el último minuto del filme la imposibilidad de los personajes de tener el control sobre su vida y sus sueños.