Melodrama como los de antes
Una película concientemente demodé, pero que funciona en los términos en que está planteada.
Maniquea, estilizada, edulcorada, llena de actores de todas las nacionalidades imaginables (de Inglaterra a Australia, de Estados Unidos a Alemania) alternando sin continuidad entre el alemán, francés e inglés, segura de sus intenciones y sus alcances... Todo eso es Suite francesa, un melodrama bélico de los que ya casi no se hacen, con todo lo bueno y lo malo que esto conlleva.
Basada en la novela homónima de Irène Némirovsky, la historia se sitúa en 1940 durante la expansión de las tropas alemanas por el territorio francés. En un imponente caserón en las afueras de un pueblo conviven Madame Angellier (Kristin Scott Thomas, impactantemente gélida) con su nuera Lucile (Michelle Williams) a la espera del regreso del frente del hombre en común cuando uno de los jerarcas nazis (Matthias Schoenaerts) ocupa una de las habitaciones para establecer su puesto de mando. Jerarca que no sólo es más bueno que Lassie, sino que toca el piano como los dioses. Y compone sus propias partituras.
La atracción entre ambos será inexorable. Lo mismo que el cuchicheo de esos opuestos perfectos a la bondad de Lucile que encarnan Angellier, los otros soldados alemanes (uno encarnará, como debe ser en estos casos, el arquetipo del Mal) y el resto de los pueblerinos.
El realizador Saul Dibb (La duquesa) construye un relato sin visos de revisionismo ni mucho realismo, apostando sobre todo a la historia de amor entre los protagonistas. Es en ese sentido que Suite francesa, con su apego al melodrama más clásico (dos personas que se aman y no pueden debido al contexto) y todas sus reglas, se erige como una película demodé, un bálsamo entre tanto tanque metadiscursivo y autorreferencial.