Los Nazis (ese enemigo perfecto para cualquier película) han invadido Francia y tras conquistar París, avanzan sobre el territorio proclamando todos los pueblitos como propios y extendiendo su propia ley. Bussy es uno de esos típicos pueblos en donde las clase sociales están bien marcadas y cada familia pertenece a un estrato social específico. La familia Angellier se las debe arreglar sin hombres en la casa puesto que debieron presentarse a las filas del ejército. Situación que, en general, vive todo el pueblo. Y esto hace que la ocupación alemana resulte tanto más grata para los soldados que como villanos ideales podrán tramar cualquier vileza sin recibir represalias. A menos claro, que nos encontremos con uno de esos nazis buenos (o no tan malos) como Bruno Von Falk (Matthias Schoenaerts) que además de contener las barbaridades de otros colegas nazis resulta ser refinado, buen mozo y sumamente educado. Características que terminarán por enamorar a la protagonista aristócrata personificada por Michelle Williams.
Leer esta o cualquier otra sinopsis, sumado a conocer el dato de que estamos en presencia de un drama romántico de la segunda guerra mundial, alcanza para saber cómo comenzará y concluirá la película sin siquiera tener que verla o haber leído la novela en la que fue basada. Es cierto que los dramas bélicos suelen llamar la atención del espectador por diversos motivos, pero luego de tanta oferta es necesario alguna vuelta de tuerca o idea nueva y original que penosamente no encontraremos en este film.
Pero no por eso la película del director inglés Saul Dibb deba caer en desgracia. A pesar del trillado tema, el realizador logra mantener el interés con su narración prolija y sobre todo bien ambientada y filmada a lo largo de sus 107 minutos de duración. El cine es un arte puramente visual y a veces las imágenes aunque no cuenten la mejor de las historias logran cautivar y abstraernos a la realidad que los realizadores deciden contarnos por un rato. Esa calculada y clásica forma de rodar esboza por momentos cierta frialdad que contiene la potencia emocional que pudo haber logrado la película. Los aspectos sentimentales se asemejan demasiado a un típico culebrón de novela. El equilibrio final es el de una historia melancólica y bien contada que no arriesga demasiado pero cumple con el mínimo del estándar del género.