Amores prohibidos
La idea del cine adocenado y repetitivo no le corresponde solo a las versiones más rebajadas de los géneros cinematográficos de Hollywood. Europa, por ejemplo, suele construir lugares comunes rutinarios que mientras funcionan en taquilla siguen adelante. La historia detrás del libro Suite francesa de Irène Némirovsky es muchísimo más apasionante que esta versión cinematográfica de la obra. Obra inédita durante décadas, publicada de forma póstuma y convertida en best-seller. Y la aclaración inicial responde al hecho de que en lugar de preocuparnos por la historia que estamos viendo, nos emocionamos y conmovemos más con los textos que aparecen al final y nos cuentan cual fue el derrotero del texto original y de su autora. Tan interesante es esa historia que hasta la película intentó incluirla pero debió sacarla del montaje final porque los espectadores se confundían. La historia que se cuenta en Suite francesa no es la historia de Némirovsky, sino la adaptación de su último libro. Durante los primeros años de la ocupación Nazi en Francia, una joven francesa inicia un romance con un soldado alemán. Esta historia de amor en el peor de los escenarios es la clave de la historia no muy diferente a las historias de amor prohibido de toda la historia de la cultura universal. El problema es que como en todos los géneros y estilos de películas, lo que hace la diferencia es la identidad que el relato mismo tenga. Aun transitando lugares conocidos, hay películas que logran hacer una diferencia. Suite francesa recorrer con prolijidad y absoluta rutina todos los lugares comunes del revisionismo histórico que es tan común en el cine europeo de los últimos años. Sin arriesgarse nunca, con un calculado sentido de la oportunidad, sin una estética relevante o particularmente bella, la película no puede llamar la atención más allá de tratarse de una adaptación del famoso libro. Las comparaciones no son odiosas, son inútiles, por lo cual no importa como es el libro, lo que importa es que sin el apoyo que este le da a la película, es imposible que alguien tuviera interés en verla. Si no se llamara Suite francesa estaríamos frente a un film sin el más mínimo atisbo de transcendencia. E incluso portando el nombre no ha podido llamar la atención. Hasta en eso la película es un lugar común: es la versión cinematográfica irrelevante de un libro relevante. Suena a algo fácil de decir, pero es estrictamente verdad. Hasta las actrices principales, Michelle Williams y Kristin Scott Thomas, se repiten a sí mismas y deambulan por la misma rutina haciendo muy difícil la credibilidad del relato. El consejo obvio es leer el libro y la biografía de su autora.