LOS 208 SEGUNDOS DE LA DISCORDIA
“He transportado a millones de pasajeros en 40 años pero me van a condenar por 208 segundos”. La frase del piloto Chesley “Sully” Sullenberger conlleva, en sí misma, el germen de toda la película de Clint Eastwood: una constante duda acerca del protagonista, una ambigüedad que oscila entre el héroe y el fraude.
Es que el director y co-productor de Sully: hazaña en el Hudson plantea ya la primera escena como una pesadilla abrumadora en la que el avión se estrella contra un rascacielos; imágenes del inconsciente del piloto que perturban su cordura y le otorgan tintes dramáticos y sombríos hasta la llegada del juicio por el amerizaje del vuelo 1549 US Airways.
El protagonista, entonces, queda sujeto a controvertidas evaluaciones de la comitiva investigadora de la aerolínea, de algunos periodistas y de sí mismo, mientras que los 155 sobrevivientes, la gente en las calles o su familia lo consideran como a un héroe.
La dicotomía está apoyada en dos aspectos: por un lado, la fuerte impronta ético-moral bajo la cual no sólo se cuestiona su desempeño y la posibilidad de haber regresado a la pista de La Guardia sin mayores consecuencias; por otro, el marcado melodrama, que le quita fuerza al relato y lo vuelve un poco monótono, repetido y efectista.
El predominio de ambas cuestiones, sobre todo el anclaje melodramático, lleva a la película a una dirección uniforme y no tan interesante, si se toma en cuenta que se trata de un hecho conocido y reciente (ocurrió el 15 de enero de 2009).
¿Por qué Eastwood construye un protagonista tan ambiguo si ya se conoce la historia y el hecho circuló mundialmente? Quizás ya no importa si se lo deba considerar salvador o fraude; tal vez, sólo se trate de un hombre común con la responsabilidad de tomar una gran decisión en apenas 208 segundos.
Por Brenda Caletti
@117Brenn