La intranquilidad después de la caída
Sully: Hazaña en el Hudson es un filme sobrio e impecable en el que Clint Eastwood se refleja éticamente en la figura del piloto Chesley “Sully” Sullenberger, quien logró la proeza de salvar a todos los tripulantes de su vuelo en un aterrizaje de emergencia.
Contenido, sobrio y sin maniobras en falso: así conduce Clint Eastwood la narración de Sully: Hazaña en el Hudson, reflejándose en el piloto Chesley “Sully” Sullenberger en su entrega ética y sin concesiones al oficio. La “hazaña” de “Sully” tuvo lugar el 15 de enero de 2009, cuando consiguió aterrizar en unos eternamente efímeros 208 segundos un avión averiado en las aguas heladas del río Hudson neoyorquino, desobedeciendo la orden de volver al aeropuerto por temor a la falta de tiempo a favor. Después del rescate acuático, los 155 tripulantes sobrevivieron sanos y salvos.
Tom Hanks es la inmejorable cara humana del planteo fílmico con sus canas, bigotes y expresión de preocupación constante, un ceño fruncido y angustiado que insinúa las turbulencias interiores de un hombre rígido e imperturbable por fuera. Y es que Sully es más un drama íntimo que uno épico, más un relato sobre la solitaria incertidumbre individual frente a la torpeza institucional que una película catástrofe con final feliz: después de salvar a su tripulación, “Sully” es retenido en una habitación de hotel junto a su copiloto (Aaron Eckhart) para ser sometido a un escrutinio de la aerolínea y fuerzas de seguridad nacional, que le reprochan haber tomado la decisión incorrecta.
Así comienza la película, con “Sully” aislado del mundo, sufriendo pesadillas en las que ve a su avión estrellarse contra un edificio (Eastwood jugará una y otra vez con esa imagen fóbica pos-11-S), recordando en flashbacks sus comienzos como piloto y hablando por teléfono con su mujer (Laura Linney), quien le asegura una y otra vez que ya es un héroe nacional. “Sully” lo comprueba por su cuenta al ser invitado a programas televisivos en los que no se cansa de repetir que no se considera un héroe, que simplemente cumplió con su trabajo. Con igual altruismo apuntará que su “hazaña” no es personal sino colectiva, un fruto del trabajo en equipo.
Eastwood reconstruye el aterrizaje hacia la mitad de la película, con planos cortos naturalistas de una discreta majestuosidad en los que los efectos especiales son una mera herramienta. Cuando "Sully" es cuestionado en una humillante audiencia pública con la contraprueba de unos ridículos simulacros, Eastwood parece estar defendiendo su cine clásico frente a la irrealidad digital del siglo 21: sus personajes, con Hanks como ejemplo fehaciente, son humanos de carne y hueso. Paradójicamente será esa instancia, presidida por el rollizo lacayo estatal Charles Porter (Mike O’Malley), la que más se preste a manipulaciones hollywoodenses: los mínimos deslices de un trayecto impecable.