Clint Eastwood vuelve a hacer andar la fascinante maquinaria del cine
Clint Eastwood tiene el secreto. En realidad es plural: Eastwood tiene los secretos. Sabe cómo ser clásico y no antiguo, cómo contar con fluidez una historia en un relato que desordena el tiempo, cómo desordenar ese tiempo del relato y que esa decisión tenga sentido, y cómo contarnos y mostrarnos lo que ya sabemos y generar tensión con esos hechos. Y, claro, sabe cómo poner a andar la máquina grande del cine, la fascinante, la atrapante, la que se convierte en una experiencia inolvidable, la que se queda con nosotros después de salir de la sala. Pero no porque discutamos cuestiones ideológicas o porque debatamos "el mensaje". Eastwood hace cine y expone su visión del mundo, pero no entrega cartas y no pontifica.
En Sully: Hazaña en el Hudson el gran director nos cuenta un hecho real ocurrido el 15 de enero de 2009: el aterrizaje forzoso del vuelo 1549 de US Airways en el río Hudson de Nueva York, que había despegado de LaGuardia y cuyos motores se averiaron a los pocos minutos de vuelo. El piloto Chesley «Sully» Sullenberger hizo un amerizaje de emergencia y los 155 pasajeros se salvaron. Esto es información previa, y además lo recuerda Eastwood al principio de la película.
Lo asombroso es el efectivo suspenso que logra generar el director con lo que ya sabemos, tal es su maestría narrativa. Esa que sabe no excederse: la película dura poco más de una hora y media, una rareza en un cine hollywoodense que propone relatos cada vez más largos. Su maestría se demuestra también en su forma de musicalizar de forma tenue, amable, nada obvia, que sabe hacer reverberar dos o tres notas con las que nos conectamos con los personajes, con sus emociones y las nuestras, y hasta con el contexto mayor. Y hasta sabe describir con precisión a un personaje que sólo aparece por teléfono, como el de Lorraine, la esposa de Sully (Laura Linney): entendemos sus temores y sus ansiedades con pocos trazos, pero son los trazos dispuestos por alguien para quien la narrativa es como su respiración. Por otra parte, en ese desarmado temporal, desde un tiempo posterior al del accidente, Eastwood cuenta la investigación, y nos atrapa ahí también, y vuelve a enamorarnos del cine.
Tom Hanks como Sully y Aaron Eckhart como su copiloto forman una dupla de actuación sobria, económica y contundente. Hanks, con el pelo blanco y ciertos modos y gestos entrañables, se parece a un poco a James Stewart. Y su rol en el relato refleja parcialmente al del personaje de Stewart en ¡Qué bello es vivir!, clásico de clásicos. Eastwood puede mirar de frente a la historia grande del cine americano y hacer una película en consecuencia. No hay que perderse Sully, no hay que perder el arte del cine, y hay que quedarse en los créditos.