“Sully: Hazaña en el Hudson”, un héroe común y corriente
El 15 de enero de 2009 el vuelo 1549 de US Airways despegó del aeropuerto LaGuardia, en Nueva York. Llevaba 150 pasajeros y cinco tripulantes y su destino era el aeropuerto Internacional de Charlotte, en Carolina del Norte.
A los pocos minutos de despegar una bandada de pájaros chocó contra el avión, un Airbus A320, dejando inutilizado los dos motores y en pésimas –sino nulas– condiciones de vuelo.
Esto obligó al piloto Chesley Sullenberger a realizar un aterrizaje de emergencia sobre el río Hudson, que a esa altura del año sus aguas tenían una temperatura promedio de 6 grados bajo cero. Gracias a la destreza y pericia del capitán, el amerizaje fue exitoso. También tuvieron la suerte que los ferrys y remolcadores que se encontraban cerca llegaran pronto y rescataran a todos con vida. Este incidente se conoció como el “Milagro del Hudson” y la tripulación del vuelo 1549 fue condecorada con la Master’s Medal del Guild of Air Pilots and Air Navigators con estas palabras: “Este acuatizaje y evacuación forzosos, sin pérdidas de vidas, fue un logro heroico y único en la historia de la aviación”.
Esta es la historia que en parte retrata Clint Eastwood en “Sully: Hazaña en el Hudson” (Sully, 2016), porque el filme comienza su relato con el accidente ya ocurrido. Con el capitán (Tom Hanks) y su copiloto Jeff Skiles (Aaron Eckhart) aguardando en un hotel para darle explicaciones a la Administración Federal de Aviación –y por ende a las compañías de seguros– de porqué no hicieron el intento de llegar hasta otros aeropuertos.
La trama que plantea Eastwood, basada en el libro “Highest Duty”, de Sullenberger y Jeffrey Zaslow, es la de mostrarnos que, más allá de lo milagroso y heroico del acto, cuando hay intereses creados uno puede pasar de héroe a villano en segundos. Es que las investigaciones que comenzaron por el accidente podrían haber destruido la reputación y carreras de ambos pilotos.
Eastwood no quiere darnos un superhéroe impoluto e impecable, trata de brindarnos a un ser humano común y corriente que fue puesto a prueba en circunstancias extraordinarias y, aun habiendo podido salir adelante, pone en duda si lo que hizo estuvo bien.
La recreación del accidente es apabullante, y se nota que se esforzaron al máximo para hacerlo correctamente. De hecho, la producción compró dos Airbus A320 para usarlos, filmaron en el mismo lugar en el que avión amerizó y hasta actúa gente como Vincent Lombardi, el capitán del primer ferry que llegó al rescate, haciendo de sí mismo.
Tom Hanks, que trabaja por primera vez con Eastwood, tiene una actuación sólida y bien sobria. Logra transmitirnos las sensaciones de un hombre que todavía está en shock por lo que sucedió y que debe explicar por qué está vivo. El actor pasó casi un día en el hogar de Sullenberger para tratar de “captarlo”, cosa que dejó sorprendido al mismo piloto de lo bien que lo hizo.
Este largometraje no es rimbombante, ni estridente, ni pide a gritos premios de la Academia, lo que tenemos aquí es un excelente ejemplo del cine clásico de Hollywood que ya (casi) nadie hace. El único problema que tiene el filme es que su aparente sencillez puede hacer que la califiquen de una obra menor cuando en realidad no lo es. Esta película está pensada, depurada, corregida y armada de manera perfecta para que nos enfoquemos en el núcleo de su esencia. En una semana en donde una tragedia aérea es noticia, el estreno de Sully viene muy bien para saber que, aunque no se den con tanta frecuencia, a veces los milagros existen.