Naturaleza del héroe.
Como en La conquista del honor y en Francotirador, también basadas en personajes y situaciones reales, Eastwood se vuelve a preguntar qué es aquello que hace de un hombre un héroe.
Si hay un tema que ha obsesionado a Clint Eastwood hasta convertirse en el motivo central recurrente de su obra, tanto como actor como director, ése es el tema del héroe, la pregunta por su construcción: ¿Qué es un héroe? ¿Cómo se alimenta su leyenda? ¿De qué está hecha? ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de mito? Todas esos interrogantes reaparecen ahora en Sully, su film más reciente, basado en el recordado episodio del 15 de enero de 2009, cuando el piloto estadounidense Chesley “Sully” Sullenberger salvó la vida de todos y cada uno de los pasajeros y la tripulación del vuelo 1529 de US Airways logrando un improbable amerizaje de emergencia sobre el río Hudson, de Nueva York, a minutos apenas de haber despegado del aeropuerto doméstico de La Guardia.
Todo parecía rutina a bordo del Airbus 320 hasta que de pronto una bandada de pájaros se estrelló contra el avión y dejó inutilizados ambos motores, obligando a Sully (un piloto veterano, experto a su vez en seguridad aeronáutica) a una maniobra desesperada, que contra todo pronóstico concluyó con éxito. Lo interesante del film de Eastwood es el modo en que encara el asunto, poniendo el acento no tanto en las certezas como en las dudas de su protagonista, que aun después de haber salvado 155 vidas, incluida la suya, no deja de tener pesadillas sobre lo que pudo haber pasado y no pasó.
En apenas 90 minutos y con una precisión y una economía narrativas dignas del sello de la Warner, que abre el film en lo que parece la plena peripecia, Eastwood no sólo va deconstruyendo el incidente paso a paso sino que aprovecha para volver, una vez más, sobre el leitmotiv de su obra. “Héroe del Hudson”, lee azorado Sully (Tom Hanks) en la portada del New York Post, mientras su imagen se reproduce al infinito en todas las pantallas de Times Square.
La paradoja es que en esos mismos días en que Sully es el centro de atención de todos los medios, la Comisión de Seguridad Aeronáutica lo somete al más estricto de los interrogatorios, con la intención de averiguar qué sucedió realmente y, quizás, también, tal como alguien sugiere, evitar pérdidas millonarias a la compañía de seguros, aduciendo error humano. El enfrentamiento entre el individuo y la corporación es, a su vez, otro tópico del cine de Eastwood, ya desde los tiempos de Harry El Sucio, cuando el policía sin reglas (¿el héroe?) renegaba de la burocracia de su jefatura.
Hay dos films con los que Sully parece dialogar especialmente dentro de la obra de Eastwood y ambos también están basados en personajes y hechos reales. La conquista del honor (2006) también trabajaba sobre una fecha precisa, el 23 de febrero de 1945, cuando tres soldados estadounidenses pasaron a la inmortalidad luego de ser fotografiados izando su bandera triunfal en la sangrienta batalla de Iwo Jima. El hecho de que esa foto todavía hoy famosa fuera trucada –parecía decir el film de Eastwood– no les restaba mérito a esos soldados, “héroes accidentales” utilizados por los medios, un poco como le sucede a Sully.
A diferencia de Chris Kyle, odioso protagonista del film inmediatamente anterior de Eastwood, el controvertido Francotirador (2014), Sully no se dedica a segar vidas, sino a salvarlas. Pero tanto Kyle como Sully lucen confundidos por la dimensión heroica, mediática que, aun a su pesar, adquieren sus figuras. “Uy, está aquí, está allá, está en todos lados”, balbucea un borracho de un bar after hour cuando descubre que el mismo tipo que tiene sentado a su lado en la barra es el que aparece en la pantalla del televisor. Y a Sully mismo le cuesta reconocer cuál es su propia realidad.
La diferencia entre La conquista del honor y los dos últimos films de Eastwood es que si los soldados de aquella película podían ser considerados héroes trágicos, agobiados por el peso de su responsabilidad, ni Kyle ni Sully lo son. Ambos finalmente están convencidos de que han cumplido con su deber. No parece casual que ambas películas tengan como epílogo, en los créditos finales, imágenes de los casos reales: de Kyle sus masivos funerales texanos (luego de haber sido asesinado por un ex compañero de armas) y de Sully unas tomas registradas por el propio Eastwood con el auténtico piloto y los auténticos sobrevivientes. La brecha entre ambos, en todo caso, es que si Bradley Cooper encarnaba al típico american psycho, por el contrario Tom Hanks representa al arquetipo del estadounidense común, heredero de toda una tradición en el cine de Hollywood, que va de Capra a Spielberg: el héroe a su pesar, protagonista de ese oxímoron clásico del cine norteamericano que es la tragedia optimista.