A los 86, Clint Eastwood vuelve a mostrarse como un maestro de la sobriedad y la sutileza, con esta magnífica recreación de lo que pudo ser catástrofe aérea y no lo fue gracias a la pericia del piloto, que aterrizó en el río en 2009. Con un gran Tom Hanks frente a la cámara, Eastwood cuenta desde el momento después de lo que pasó, para ir armando las piezas, algunas surgidas de la mente de Sully, hombre común en circunstancia -y estrés- extraordinarios, y llegar al momento del accidente. De esa manera, acompañamos a Sully, en manos de los jerarcas que exigen explicaciones y quieren señalarlo como culpable, mientras la televisión lo trata como héroe nacional.
Con su elegante clasicismo, Eastwood muestra a Sully y a su esposa (Laura Linney) por teléfono, a la distancia en un momento tan dramático, para dejar claro el afecto, pero también los problemas, que atraviesa esa relación. O apela a los gestos y palabras de aliento de los rescatistas improvisados ("hoy no se muere nadie", dirá uno al pasajero semicongelado al que está subiendo al barco) para abrir una ventana a la humanidad. Asuntos en minúscula que hablan de otros en mayúscula (las Torres Gemelas), pero sin jamás desviar el rumbo de su narración atrapante, justa, impecable. Claro que Sully es también un manifiesto anti burocrático y una potente, humana y conmovedora reivindicación de los que hacen su trabajo lo mejor que pueden, héroes de cada día.