"Mayday" debe ser una de las palabras más angustiantes para cualquiera que se encuentre en el aire, pero para el piloto Chesley Sullenberger apenas significa algo muy claro: mantener en lo posible la calma, que las pulsaciones no suban demasiado, y terminar bien un trabajo, sea como sea.
Para Clint Eastwood, por otro lado, la señal de socorro no necesita terminar en tragedia para generar una gran historia, sino más bien todo lo contrario: su “Sully” ya desde el comienzo parece ser un héroe, pero uno de carne y hueso que no recibe -como muchas veces sucede en la vida real- una condecoración de inmediato. Una vez realizada su “hazaña en el Hudson” (obvia bajada que acompaña al título en los países de habla hispana como el nuestro), debe probarse una y otra vez ante un comité de aviación que asegura que, si bien su resultado fue asombroso, excedió por mucho sus responsabilidades y por ende puso en peligro a la tripulación entera.
Eastwood, a sus ochenta y seis años, realiza otra hazaña, si bien desde lo cinematográfico: consigue articular una película que es en iguales medidas moderna en su estructura (a través de flashbacks y montajes quebrados) e increíblemente clásica desde su narración. Consciente de que el suspenso, como bien decía Hitchcock, no se trata de la “sorpresa”, construye su relato partiendo desde el accidente mismo, que se desarrolla durante los créditos iniciales y perpetúa reiteradas veces, desde distintos ángulos y perspectivas, a lo largo de los 96 minutos que dura el film.
Tom Hanks y Aaron Eckhart encarnan al heroico piloto y su co-piloto respectivamente, entregando dos de las mejores actuaciones del año que por lejos deberían ser de las más consideradas por los próximos premios de la Academia. Su director, ya múltiples veces galardonado, no hace más que agrandar su eterna y viva leyenda.