La mejor película del año, sin dudas. No excluye a nadie -se puede ir a ver con chicos de diez años para arriba sin problemas-, es inteligente, no elude los riesgos, es divertida, no apela a la emoción barata o el golpe de efecto y emociona con limpieza. Por lo general colocamos estos conceptos al final de una argumentación, pero en este caso tales motivos son evidentes. La historia es la de un monstruo extraterrestre suelto en un pueblito donde unos preadolescentes están, justo, rodando un corto sobre zombies para participar de un concurso. Pero sobre ese esquema, el realizador J. J. Abrams -adaptando los elementos de aquellos films producidos por Steven Spielberg de los `80, como “Los Goonies” o “E.T”.- se las arregla para contar una historia de crecimiento. Un chico que pierde a su mamá descubre el amor, la vocación, la piedad, la auténtica amistad y la necesidad de seguir adelante, todo mientras a su alrededor suceden cosas fantásticas y conoce a la chica de sus sueños. Los momentos de terror y fantasía son excelentes, pero Abrams se las arregla para que también lo sean aquellos donde los personajes charlan, juegan, comen o -en una secuencia bellísima- recuerdan a mamá proyectada, film casero mediante, en la remera de la chica que les gusta. No es sólo un film más de amor por el cine y de puras citas, sino simplemente una gran historia de crecimiento y aprendizaje. Ver “Super 8” es una de las mejores cosas que puede pasarle este año.