La emoción de vivir el cine
Super 8 es el intento de J.J. Abrams de recrear, revivir u homenajear el espíritu de ciertas películas clásicas de fines de los años setenta y principios de los ochenta. Las referencias sustanciales, estéticas y obligatorias son E.T., Encuentros cercanos del tercer tipo y también otros clásicos como Cuenta conmigo. Películas donde los efectos visuales eran funcionales a la historia: hoy en día la historia parece ser una mala excusa para acompañar un despilfarro -no necesariamente bueno- de CGI. Una película no debería ser evaluada por la suma de sus partes sino por el efecto (emotivo, psicológico) que produce en nosotros. En líneas generales Super 8 es formidable, principalmente porque sus personajes resultan creíbles. Aún cuando en el tercer acto las cosas no tengan la misma intensidad emocional y uno termine por descubrir el artificio.
Joe Lamb (una actuación casi imperceptible y pura de Joel Courtney) es el hijo del comisario de un pequeño pueblito. La primera imagen de una película generalmente es la más importante de cualquier película porque debería establecer el tono y el ritmo. Aquí vemos un cartel que anuncia los días sin accidentes en una fábrica metalúrgica, pero lo están cambiando: una tragedia ocurrió y allí falleció la madre de Joe. Los vecinos, en el velorio, lo miran por la ventana. Hablan de él y de su padre: no podrá asumir la responsabilidad ahora que están solos.
Es cierto que esta película está basada en estereotipos, y ciertamente los clichés contienen una carga peyorativa. Walter Llypman usó el término en su análisis socio-político para designar las posiciones antagónicas que se crearon en el contexto de la Guerra Fría. Según el periodista, estas imágenes pre-concebidas coexisten todo el tiempo con el pensamiento social. A quienes hayan visto las películas antes mencionadas les resultará más fácil tener empatía por los personajes. Pero aún estando basados en estereotipos, se sienten reales.
La película es consciente de ello: los jóvenes están filmando una película de zombies casera. Una baratija que homenajea al cine de George Romero. Charles, el pequeño director, habla sobre valores de producción, y sobre la inclusión de un interés romántico para el protagonista. Allí entra Alice, una joven a la cual Joe, en secreto, ama. Esto nunca se pone en palabras, pero lo sabemos desde el instante en que los ojos de él se iluminan al verla llegar. Los estereotipos tendrían una consideración negativa aquí y en cualquier otro film si el artificio quedase al descubierto. Es decir: podemos suponer qué sucederá al final (incluso nos lo pueden contar) pero lo importante es cómo sucederá.
El padre de Joe debe asumir la responsabilidad de cuidar a su hijo y a su pueblo sin apoyo (los ojos Kyle Chandler mezclan dureza con un costado sensible). Charles quiere filmar su película. Joe, superar la muerte de su madre y también estar con Alice. Alice (Elle Faning, quien ya se había probado en Somewhere), reconciliarse con su padre, un hombre alcohólico y derrotado. En El ladrón de orquídeas (Adaptation.) el personaje de Brian Cox resume todos los clichés del cine de Hollywood. Personajes que debe vencer obstáculos y tienen éxito al final. Cuando está bien hecho, en esta caso, se produce la magia del cine.
No sólo por eso es que Super 8 es una experiencia pensada para ver en el cine. Sino también porque los tan mencionados efectos visuales y sonoros son impresionantes. El descarrilamiento del tren, la invasión de las fuerzas armadas al pueblo (en E.T. los agentes del FBI perseguían al chico con pistolas, que luego Spielberg cambiaría por walkie-talkies en la edición en DVD: aquí un tanque aplasta juegos de niños en una plaza) todos son momentos verdaderamente climáticos e impresionantes.
Hasta ahora no hablé del extraterrestre. Y es que ese es el punto más flojo (el único, para quien escribe) del film. En el tercer acto, las revelaciones y conclusiones relacionadas con el alienígena no son del todo emocionantes. O no al menos si la comparamos con las inolvidables imágenes del cine de Spielberg. ¿Recuerdan las siluetas recortadas por la luz de la Luna? ¿La melodía y las luces que aparecían tras la montaña? El misterio y los ataques del monstruo aquí están muy bien construidos, pero cuando llega la hora de que él también resulte emocionante, se convierte en un cliché. A Abrams le importa más que pasa con los humanos, y no hay nada de malo en eso. Pero cuando una historia se construye alrededor del alienígena y esa parte resulta la más débil, algo no funciona del todo bien. Creo que el decorado donde se empiezan a resolver las cosas tampoco ayudan: ni la iluminación ni el ambiente son muy espectaculares.
Detalles. ¿Detalles?. En una película formidable, emocionante y grande como esta, sí, eso puede pasar por alto. Descubrí que incluso los personajes que están para ser comic-relief (el alivio cómico, que le dicen) tiene peso y personalidad propio. También hay un militar de stock, pero por más raro que parezca, su arco emocional nos remite a Moby Dick, como un Capitán Ahab furioso tratando de capturar a la bestia.
Super 8 funciona como una película sobre el crecimiento y la maduración, como un espectáculo visual y sonoro (con una de las más hermosas partituras de Michael Giacchino, el hombre de la música de Ratatouille), una película de compañeros (las buddy-movies), una película sobre el cine (según André Bazin, algo que hacen todas las grandes películas: reflexionar sobre el cine mismo) e inclusive como una romántica (con una de las secuencias más conmovedoras del año, aún cuando no sea del todo genuina). Donde se nota el artificio es en el invasor espacial, y allí pierde un poco de brillo. No es descabelleado que eso suceda en una película de J.J. Abrams, ese director que puso en escena a las lens fleres (los reflejos de las luces que vemos en pantalla), ya que no importa tanto el cuidado extremo y calculado, sino la puesta en escena de las emociones. Todo pasa por el impacto emocional. Conmigo funcionó.
Una cosa más: el Super 8 es una tecnología considerada más bien obsoleta y anticuada hoy en día. La película nos recuerda que el cine clásico está lejos de pertenecer a un museo. Está más vivo que nunca.