Super 8

Crítica de Rocío González - Leedor.com

J.J.Abrams es el director de Super 8, más conocido por su tarea como productor y creador de la serie televisiva Lost. En este caso, su rol tradicional de productor queda en manos de Steven Spielberg. Dos referencias fundamentales a la hora de ver esta película, ya que las marcas autorales de ambos están a flor de piel.

La historia transcurre en los años ’60, en un pueblito de los Estados Unidos llamado Lilian, donde un grupo de amigos marginados de lo que dictan las modas y comportamientos de época, dedican todo su tiempo libre y recursos a filmar una película de zombies. Un día de la filmación, presencian el descarrilamiento de un tren, el cual, por accidente, queda inmortalizado en la cámara Super 8. El trasfondo de esta catástrofe incluye una información supersecreta de las Fuerzas Aéreas de los EEUU acerca de una forma de vida alienígena.

La propia narración de Super 8 es una suerte de desdoblamiento de la trama que los chicos están filmando. Una es acerca de un detective que investiga la relación de una fábrica de químicos con la conversión en zombies de la población aledaña. Su propia mujer es convertida en zombie, transformándose en su enemiga. En la película que nosotros vemos, Joe Lamb (Joel Courtney) debe desentrañar el misterio del accidente del tren, donde están implicados un científico, la milicia, salvar a la chica que ama, Alice Dainard (Elle Fanning), quien por una tragedia familiar es su enemiga natural y liberar al alienígena.

En el cruce de estas dos historias es donde salen a relucir las marcas autorales de Abrams y Spielberg. Con una atmósfera que recuerda a las películas de los ’80 (ET, Cuenta conmigo) pero con toda la artillería que Hollywood puede manejar en cuanto a aventura visual (explosiones, sonido), y con un manejo del suspense propio del creador de Lost, que con pocos elementos crea una incógnita que devela paulatinamente y casi hacia el final.

Super 8 está construido como una especie de monolito sobre ruinas de diferentes décadas: el cine de terror clase B de los ’50, la guerra fría de los ’60, el cine de aventuras de los ’80. El hecho de centrar la narración en adolescentes es un gran acierto, porque por un lado se trabaja como un efecto de nostalgia (por otras épocas del cine y de la vida) pero también como una excusa para “tomarse en serio” una historia fantasiosa, que de otra forma hubiese adquirido aires de pretenciosidad.