¡Abrams y Spielberg, un solo corazón!
Ya la simple mención de J.J. Abrams como guionista y director, y Steven Spielberg como productor ejecutivo, le confería a Super 8 una enorme expectativa. Pero a la vez, esos nombres no eran una garantía de nada, y hasta podían llevar a una gran decepción. Pero no, ocurre todo lo contrario con esta película, que va más allá incluso de las mayores esperanzas.
Fácilmente se puede intuir un lazo entre los dos realizadores, que va más allá de las sociedades transitorias. Abrams ya está desarrollando una filmografía propia en sus diversas creaciones que lo acerca mucho a Spielberg: la cuestión del padre ausente (ver sino las tortuosas relaciones de Jack y Locke con sus padres en Lost, o la necesidad de cumplir con el legado paternal por parte de James Kirk en Star Trek); el lidiar con la pérdida (Spock teniendo que sobrellevar la destrucción de su planeta y la muerte de su madre); la construcción de mundos fantásticos sólidos y con reglas propias; la apuesta por una narración clásica, construyendo personajes de a poco y con paciencia. Estas características en Super 8 alcanzan nuevas alturas y dimensiones.
La historia de este filme ya ha sido transitada muchas veces, pero aquí está actualizada de excelente forma. En el verano de 1979, un grupo de chicos rueda una película amateur utilizando una cámara súper 8 y presencian un tremendo accidente de tren. A continuación, empiezan a suceder cosas cada vez más extrañas en el pueblo, mientras la Fuerza Aérea acordona el lugar del accidente e intenta tapar todo. Eso que se quiere tapar se va revelando como algo monstruoso y de otro planeta.
Abrams parte de esta premisa para ir combinando elementos ya vistos en lo que seguramente fue su cine de la infancia y juventud. Hay mucho de E.T., pero también de Tiburón, Encuentros cercanos del tercer tipo, Los Goonies, Cuenta conmigo e incluso American Graffiti, esa pequeña gran película dirigida por George Lucas en sus comienzos. Pero J.J. no se queda en el mero homenaje, sino que lleva todo a nuevas alturas y dimensiones.
Super 8, desde su mismo comienzo, se va desenvolviendo con sencillez en sus procedimientos, a través de metáforas, símbolos e imágenes que podrían ser juzgadas como obvias, pero que luego se van revelando como pertinentes y efectivas, porque sitúan al espectador precisamente donde debe estar, sin quitarle libertad como observador y hasta partícipe del relato. En primera instancia, en el lugar de la pérdida, porque el protagonista principal, donde recae el mayor peso de la narración, es un niño que acaba de perder a su madre y tiene un padre que en verdad nunca supo ejercer plenamente el rol que le correspondía. Luego, en el del amor, cuando el muchacho conoce a la que será “la mujer” de esta historia, de la que se enamorará casi al instante y que le hará accionar de formas impensadas hasta por él. Después, en el de la aventura y el terror, a través de un accidente ferroviario filmado con extraordinaria destreza, donde Abrams monta con gran fluidez y hace un uso impactante del sonido. Finalmente, en el de la aceptación de la pérdida, el perdón y el desapego, en conjunción con la comprensión de lo ajeno, la transformación de lo horroroso en comprensible y hasta maravilloso, y la adquisición de identidad a partir de permitirse amar a los seres cercanos.
Se le empieza a notar cada vez más a Abrams que miró buen cine y que aprendió bien, que sus referentes son los correctos y que a la vez los usa como punta de lanza para algo autónomo. Super 8 trabaja como pocos filmes de los últimos tiempos el fuera de campo, causando temor y expectativa a la vez; usa los efectos especiales como herramientas narrativas y no decorativas; posee un elenco de secundarios adultos sólidos y efectivos, y un cast principal de jóvenes que maravillan por su simpatía, emoción, fuerza interpretativa y habilidad para interactuar entre sí sin pisarse; tiene diálogos y secuencias estupendas; y una banda sonora para alquilar balcones. Hasta se permite pensar al cine dentro del cine, y no sólo desde el punto de vista genérico: aquí se reflexiona incluso sobre el dispositivo cinematográfico como aparato de registro pero también creador de realidades propias, como puente a otros mundos e incluso como medio de recuerdo. El cine es documento, creación, imaginación y memoria, parece decirnos Abrams, vinculándose con el Spielberg de Atrápame si puedes.
Si hay algo en lo que Abrams empieza a parecerse a Spielberg es en su capacidad para transmitir que lo complejo es simple, que no hay grandes trucos, que no hay que complicarse demasiado para que todo salga bien. Aunque en verdad, quizás no sea tan fácil. Para hacer una enorme película como es Super 8, se necesita un convencimiento, una fe en lo que se está contando, que pocos tienen. J.J., al igual que Steven cuando hizo E.T., posee esos niveles de convicción. Esperemos que esta sea apenas su primera obra maestra.