LOS CAZADORES DEL CINE PERDIDO
J.J. Abrams, director Misión: Imposible III y creador de la serie Lost, une fuerzas con el productor Steven Spielberg para llevar adelante una película que es tanto una recreación del cine fantástico de hace varias décadas como también una propuesta original basada en la más pura utilización del lenguaje cinematográfico.
Ya es conocida la historia de la generación que en los setenta renovó la cara del cine industrial norteamericano. Una generación que se encontró, casi por azar, con todo el terreno libre para poder demostrar su talento. Talento que, claro está, tenían y de sobra. La caída del cine clásico de Hollywood llegó a su punto más claro a fines de los sesenta, no sólo por la victoria de la televisión en los ámbitos más populares, sino también por la muerte –literal- de muchos de los hacedores de aquella jamás superada edad de oro. Estudiantes de cine, críticos y jóvenes cinéfilos tuvieron en sus manos la posibilidad de hacer cine industrial sin renunciar a sus intenciones artísticas o de autor. Entre ellos hubo uno que brilló en su momento y que hoy, a casi cuarenta años de aquel período, lo sigue haciendo: Steven Spielberg. Luego del descomunal éxito del film Tiburón, Spielberg siguió revolucionando el cine popular con películas como Encuentros cercanos del 3er tipo, Los cazadores del arca perdida o E.T. El extra-terrestre. Por esos mismos años sería además el productor de Poltergeist, Gremlins, Volver al futuro, Los Goonies y El secreto de la pirámide, films realizados por otros talentosos directores que entendían el cine desde un lugar semejante. En aquel momento se hacía más hincapié en el dinero que ganaba Spielberg que en su gigantesco talento cinematográfico y su inequívoca capacidad de conectar con el público. Se lo llamaba “El rey Midas”, un elogio que parecía más un insulto que otra cosa, porque en el fondo se estaba despreciando su habilidad para entender al espectador como nadie. La respuesta de la platea frente a este cine solía ser no sólo masiva, sino también apasionada. El espectador se identificaba realmente con lo que veía en la pantalla y sentía que ese cine le hablaba directamente. Spielberg había recuperado el espíritu del cine popular del Hollywood clásico. No el prestigioso, sino el popular. No el que ganaba premios y pasaba en diez años al olvido, sino aquel que perduraba en el imaginario a lo largo de décadas. Aquel cine que supo ser popular pero a la vez inteligente, profundo, artístico. Considero que todo este prólogo es la manera más justa de presentar a Súper 8, dirigida por J. J. Abrams y producida por Steven Spielberg, una película a la altura de su ambiciosa intención de recuperar el corazón de todo este cine perdido.
Estamos acá frente a un film como los de antes, no por antiguo, sino porque nos conecta con una mirada apasionada del cine, con un sentido artístico, con una profundidad emocional y con un inteligencia no exenta de una gran sentido del humor. Una forma que era la ambición del cine clásico de Hollywood y la ya mencionada generación del 70. Los chicos que protagonizan Súper 8 son personas apasionadas por el cine, por hacer una película pequeña y absurda en súper 8, pero destinados, como todo el que ama el cine, a vivir una aventura fuera de serie. No hay tragedia ni peligro que los detenga, ellos aman el cine, dos de ellos desde la cinefilia incluso, otros desde la idea misma del trabajo en equipo y la lealtad entre amigos. Todos se comprometen con la tarea. Y está claro que Súper 8 entra, desde el título, en la categoría de films que reflexionan sobre el cine mismo. Y el corto de zombies que ellos filman explica en parte el funcionamiento de la propia película y el costado emocional que en definitiva le da mayor dimensión a la historia. Abrams, Spielberg -y hasta George Romero, citado en el corto- saben que un film de zombies no busca retratar el mundo de los zombies y que el cine fantástico no hace otra cosa más que reflexionar sobre nuestra propia experiencia humana. Y eso es algo que muchos espectadores aún no terminan de entender. La muerte, ese tema sobre el cual el cine fantástico nos ha permitido reflexionar infinitas veces, es justamente lo que abre el film. Una fábrica donde ocurrió un accidente e inmediatamente después el velorio de la madre del joven protagonista. Esa muerte es el centro mismo de la película. Todo lo que ocurre a partir de ahí no es otra cosa más que la capacidad que tiene el arte de darle a un tema profundamente perturbador la forma amable de un relato fantástico. Muchos cineastas no son capaces de hacer esto, no tienen el talento ni la generosidad ni la valentía ni la humildad para hacerlo. Desde ese velorio hasta la escena final, lo que presenciamos es el proceso que realiza Joe Lamb (Joel Courtney) entre la desolación de haber perdido a su madre y la aceptación de ese hecho como algo inevitable de la vida. Los Lambs (corderos) son quienes cuidan a todo el pueblo. Elizabeth, la madre, era quien “cuidaba de todos” y murió en un accidente cubriendo el puesto de un obrero que había faltado, y Jackson, el policía que ha quedado viudo y debe proteger solo a todo el pueblo y a su propio hijo. Joel debe renunciar a su madre y enfrentar a su padre. Joel pasa de la niñez al mundo adulto. Y como muchos otros es ayudado en ese camino por el arte, por el cine. Así como también por el despertar del amor y la amistad de sus pares.
Pero el amor por el cine no está sólo en el guión o en que el relato esté ambientada en 1979, época del esplendor de esta clase de films. Lo está, sobre todo, el hecho de concebir una historia original en el contexto del cine industrial actual. En no utilizar -por una vez- grandes estrellas, en no pertenecer a una franquicia, en no ser una remake, ni una secuela, ni una precuela, ni adaptar un libro, una historieta, un videojuego, un parque temático o una serie de televisión. La herramienta fundamental de Súper 8 es una y solo una: el arte cinematográfico. Una brillante puesta en escena permite que cada minuto del film sea un placer visual, un prodigio narrativo, consecuencia de saber filmar de forma clara, transparente, clásica, donde el virtuosismo jamás destruye la narración, donde nunca el efecto especial se adueña del relato, donde todo está al servicio del film y donde cada espectador puede comprometerse con la emoción en todas las escenas.
J.J. Abrams dijo que Spielberg se involucró profundamente con todos los aspectos de la realización de este film. Pero no hay que atribuirle al productor más mérito que al director. Sí está claro que Spielberg, productor en los últimos años de films que incluyen obras maestras de Eastwood o los Coen y también bodrios innombrables, ha sentido gran afinidad con este proyecto en particular y conoce el paño lo suficiente como para aportar artísticamente. Pero creo que Abrams –también guionista aquí- ha demostrado con series como la ya mítica Lost, y films como Misión: Imposible III y la nueva versión de Star Trek, que no sólo es un gran narrador, sino que además sabe desarrollar personajes tridimensionales capaces de conmover al espectador.
No la busquen en DVD, no esperen al cable, no permitan que alguien les cuente la historia, Súper 8 es una película para ver en el estreno, para dejarse sorprender por un relato de esos que llegan al corazón no sólo por la emoción, sino también por la belleza y la lucidez. No todas las películas son lo mismo, no todas entran y salen de nuestras vidas como si nada, y Súper 8 es una de esas que valen la pena disfrutar en todo su esplendor porque ha llegado para quedarse. Porque la película, sobre la que todos coinciden en que emula al cine de Spielberg y compañía de los 70 y 80, no es sólo un homenaje vacío y superficial sino una reflexión sobre la función del cine en nuestras vidas. Sin duda que esta película tendrá un efecto particularmente movilizador en la generación que vivió aquellos films o creció viéndolos en el momento de su estreno o después. Pero no es la nostalgia lo que hace que nos llegue tanto Súper 8. Para muchos de nosotros aquellos films de fines de los 70 y principio de los 80 han quedado muy cerca de nuestro corazón, porque empezamos a amar el cine gracias a esas películas o junto a esas películas. Y es muy interesante lo que hace Súper 8, porque busca parecerse a aquellos títulos, pero a su vez recupera sus auténticos méritos. Las películas que yo veía mientras descubría que me enamoraba del arte cinematográfico se parecen mucho a Súper 8 en la forma exterior, en el género, en muchos pequeños detalles. Sin embargo, lo que me hacer sentir aún enamorado del cine (que es en mi caso una vocación, una carrera y una profesión), y que se refleja en el film de Abrams, no es esa nostalgia. Lo que me conmueve es la forma narrativa, la construcción dramática, la emoción en alto grado, el humor adorable, el espectáculo y el entretenimiento en su máximo esplendor. Súper 8 no sólo nos recuerda el cine con el que crecimos. Súper 8 nos explica por qué vamos al cine, para qué nos metemos en una sala oscura y por qué es una parte fundamental de nuestra existencia.