Si hay algo que define a la nueva incursión del famoso Super Mario Bros. en el universo cinematográfico es la persistencia de la lógica que definió al videojuego creado por la casa Nintendo en la década del 80. Aún aggiornado al digital contemporáneo y preñado del concepto de aventura clásica en su narrativa, el movimiento de Mario y Luigi, los dos plomeros de Brooklyn que terminan viajando al reino de los champiñones para liberarlo del malvado Bowcer, es tan plano y horizontal como el original, guiado siempre por saltos y obstáculos, ascendiendo a cada nuevo nivel de complejidad con la misma impronta de lo extraordinario.
Porque en el fondo se trata de la convivencia de dos dimensiones, apenas separadas por una larguísima tubería que resulta la especialidad de los simpáticos personajes ítaloamericanos. Fundadores de su propia empresa -en una Brooklyn que todavía no se había vuelto hipster-, Mario y Luigi visten sus atuendos coloridos, empuñan sus herramientas y se dirigen al primer trabajo saltando entre pozos y tachos de basura para regresar al hogar frustrados por su mala suerte. Pero todo tiene solución, porque lo que parece ser una inundación catastrófica en el centro de la ciudad los catapulta a esa otra dimensión, donde los champiñones hablan y sonríen y las tortugas tienen bíceps y malos modales. Si la plomería no los convertía en héroes, será la batalla final con un villano enamorado de una princesa humana la que consagre sus nombres más allá de la cuadra de su casa.
Super Mario Bros – La película evoluciona con solvencia y agilidad, escalonando los guiños a los seguidores ya mayorcitos del juego, al mismo tiempo que combina hits de los 80 como “I Need a Hero” y “Take on Me”, mientras Mario sube niveles, suma poderes y se ríe un poco de su ganada fama. A diferencia de la adaptación de 1993, con Bob Hoskins y John Leguizamo –que resultó un resonado fracaso al mismo tiempo que un genuino intento de hacer un producto más “cinematográfico”– esta película se afirma en la dinámica de pruebas sucesivas y crecientes desafíos para mantener su identidad sin demasiados riesgos ni innovaciones. De allí su lógica fragmentaria que emula los niveles: primero el patio trasero de Manhattan, luego el reino de los hongos, después la jungla con monos y bananas, carreras sobre un arco iris, escapatoria acuática, hasta coronar la batalla final con el regreso a la mesa familiar con los espagueti.
Creada por Ilumination -el estudio responsable de los Minions- y codirigida por Aaron Horvath y Michael Jelenic (Los Jóvenes Titanes en Acción), la película exprime la creación de Shigeru Miyamoto para nutrirse de todos sus clásicos (los poderes que salen de los bloques de preguntas, las conversiones en gato o mapache, las monedas de oro que flotan por todas partes) y así afirmar la diversión en un mundo mágico pero ya probado. En definitiva, en la era de la conversión de todo producto mediamente exitoso en saga y luego en franquicia para repetirse hasta el infinito, Super Mario Bros. ya tenía la fórmula garantizada y solo necesitaba plasmarla en sus mejores imágenes.