Los ojos del padre
Un buen consejo es que nunca, pero nunca, quieras parecerte a tu propio padre. Aunque las similitudes sean imposibles de evitar, siempre tiene que subsistir un espíritu rebelde que se pare de manos frente al progenitor. Hacer lo contrario es pelear una batalla perdida de antemano, y más cuando sos hijo de David Lynch. Es cierto que Surveillance, de Jennifer Chambers Lynch, elimina los componentes digamos oníricos que tiene el cine del primero, y los reemplaza por un presente puramente material donde la violencia es infligida más sobre la carne que sobre la conciencia. Pero acá, la aparición constante de recursos (como el uso perturbador del sonido, los tics psicopáticos de Bill Pullman o los ambientes enrarecidos) que el padre de Jennifer maneja con destreza, tienden más a expulsarnos de la película para recordarnos la filmografía de Lynch que a sumergirnos en la trama.
Lo que se narra es la llegada de una pareja de agentes del FBI a un pueblo desolado del interior de los Estados Unidos para investigar una serie de asesinatos (¿un Twin Peaks con menos humor?). La mayoría del tiempo la película transcurre en la comisaría donde van a interrogar a los testigos del último crimen cometido por los homicidas. En los interrogatorios simultáneos que uno de los agentes (Bill Pullman) monitorea a través de un circuito cerrado de televisión (de ahí el título, y ¿algo de Carretera perdida?), como si se tratara de un Rashomon antimoderno, cada uno de los tres testigos cuenta su versión de los hechos mientras se pone en pantalla lo que realmente sucedió antes y durante los asesinatos. Todos tienen algo para ocultar en su declaración, pero a diferencia de la obra de Kurosawa, acá no hay misterios acerca de la verdad que, en este caso, sí será revelada con vuelta de tuerca cerca del final.
Da la sensación de que con ese final esclarecedor, y un tipo de relato más clásico, Jennifer Chambers Lynch se quisiera alejar del arduo camino que impone un padre famoso. Pero a pesar de las buenas intenciones, eso es lo que peor le sale. Porque no elige hacer un cine radicalmente opuesto al del padre durante toda la película, que no permita la comparación, sino que rechaza algunas cosas y retoma otras casi por obligación en los dos casos. Y no se trata solamente de que Bill Pullman se parezca demasiado al Denis Hopper de Blue Velvet, o de que la pareja de psicópatas actúe como los sacaditos de Natural Born Killers, sino de que la buena fotografía de la película o el buen timing que tiene Jennifer para las escenas de suspenso quedan olvidados por el aire solemne que la invade de a ratos. Surveillance quiere decir algo sobre las sociedades de control, sobre el Estados Unidos profundo, sobre la vigilancia extrema, pero cuando termina sólo nos acordamos de que la nena tiene los mismos ojos del padre.