Tras su estreno mundial en la última Mostra de Venecia, esta remake (o, mejor, relectura) del clásico rodado por Dario Argento generó una descarnada disputa cinéfila: de obra maestra a fiasco absoluto, las opiniones resultaron tan disímiles que se formaron bandos irreconciliables. Más allá de lo que cada espectador piense finalmente, semejantes reacciones extremas se entienden: es que Luca Guadagnino, el consagrado director de El amante, A Bigger Splash y la multipremiada Llámame por tu nombre, se arriesgó con una ambiciosa versión de 152 minutos (la original, de 1977, duraba apenas 98 minutos).
Construida en seis actos y un muy buen epílogo en el marco de la dividida y caótica Berlín de 1977, esta Suspiria modelo 2018 luce bastante más politizada (hay constantes enfrentamientos callejeros y en el trasfondo, un secuestro del grupo terrorista Baader-Meinhof, también conocido como Ejército Rojo) y con una mirada más tono con estos tiempos respecto del empoderamiento femenino. En lo visual, la estilización es menos contundente que la de Argento y la paleta de colores es más lavada. La tendencia a cortar todo el tiempo (los planos duran en su mayoría un par de segundos) resulta en varios pasajes bastante molesta, aunque no faltan los zooms ni los bruscos paneos y movimientos de cámara bien setentistas.
Dakota Johnson (protagonista de la saga de Cincuenta sombras de Grey) es Susie Bannion, una joven bailarina de Ohio que es aceptada en la mítica compañía de Helena Markos, cuya principal coreógrafa y líder en las sombras es la Madame Blanc de Tilda Swinton (quien interpreta tres papeles, incluido el de un veterano psiquiatra). Hay un prólogo ligado a la historia de la desdichada Patricia (Chloë Grace Moretz) y luego sí una descripción del proceso creativo (y las perversiones destructivas) en el seno de esa especie de conservatorio y albergue.
Si bien la Suspiria original también apostaba a lo climático con irrupciones de sangre y explosiones gore, aquí por momentos la cosa es todavía más fría y un poco anodina. El eje en buena parte del relato está puesto en la construcción psicológica más que en los elementos más propios del terror. De todas formas, la paciencia tiene su premio y en su último tercio el film resulta bastante contundente y perturbador.
Si a eso se le suman algunos personajes secundarios valiosos (aparecen desde Jessica Harper hasta Ingrid Caven), la fotografía del tailandés Sayombhu Mukdeeprom y la banda sonora a cargo de Thom Yorke, líder de Radiohead, hay sobrados elementos como para que esta Suspiria reversionada y amplificada no sea la catástrofe que tantos auguraban.