Suspiria

Crítica de Ernesto Gerez - Metacultura

Traición a medias

En el comienzo de esta nueva versión de Suspiria, Susie Banion, la bailarina protagonista, no llega a Friburgo como en la original sino a Berlín. A partir de esa decisión inicial de Guadagnino de mandar a su protagonista a la capital dividida, se estructura y organiza toda la película. En la película original de Argento la ciudad no importa porque su mito, como tal, trasciende lo geográfico. Es todo tan absurdo, tan fantástico, dice en un momento la Suzy de Argento. Y la paleta rojo shocking nos revienta los ojos mientras Simonetti de Goblin nos susurra maldades al oído entre loops de sintetizadores que deforman una cajita musical. La idea de Argento es la de un cuento de hadas como brote psicótico. Como en todo cine de horror, asistimos a una iniciación, en este caso a la de Suzy en el mundo que desea, el de la danza. Esa iniciación se da en un marco mítico; no hay grandes desarrollos de personajes ni de coyunturas porque no son necesarios. La historia es mínima porque la atención de Argento está puesta en las formas. Entramos a Suzy a través de la inestabilidad que transmite Goblin teñida de sangre, la lluvia intensa y la hipnosis de las simetrías del director de fotografía Tovoli. Guadagnino hace un procedimiento opuesto; en lugar de colores chirriantes elige tonos fríos (la película empieza con marrones suaves y sigue con grises), en lugar de Goblin y una banda sonora que se conjugue con la paranoia elige las melodías oscuras pero suaves de Thom Yorke; y, la oposición fundamental, en lugar de trabajar sobre un universo mítico, lo hace sobre la realidad política del otoño alemán.

“Traiciona a la película original”, dijo el maestro Argento por ahí; y es verdad. Guadagnino hace la película que quiere sin pedirle permiso a él ni a los guardianes del género, y traiciona a la original completamente (en forma y discurso). La nueva Suspiria está contada a través de cómo los medios de comunicación informaron las operaciones de la RAF y el FPLP. Incorpora al relato a un nuevo personaje que también adiciona elementos histórico políticos, el psiquiatra Josef Klemperer (también interpretado por Tilda Swinton, la nueva Madame Blanc), además de una vuelta de tuerca ausente en la original y, como decíamos al principio, suma al Muro de Berlín como aspecto central: las brujas de esta nueva Suspiria también están divididas, e incluso realizan una votación, porque Guadagnino en lugar de trabajar sobre lo doble lo hace sobre la división (que también es una manera de trabajar lo doble). Guadagnino no respeta nada y está bien. Argento y los cinéfilos de paladar museístico piden una remake muerta, como la Psicosis de Van Sant. Y Guadagnino, como él mismo dijo, no hace una remake sino una película propia basada en el guión de Argento y Nicolodi. Sin embargo, más allá de esa libertad que siempre es buen síntoma, Guadagnino incomoda hablando a través de sus personajes (sobre todo a través de Klemperer pero también mediante Susie); el empapelado histórico político no aporta cuestiones significativas a la trama sino posibles alegorías que podrían no estar; porque la nueva Suspiria, a pesar de ser tan diferente, paradójicamente es fuerte ahí donde también es fuerte la original, en lo viajero, en la muerte como instalación y en el suspenso como forma. Aunque Argento parezca más genuino en su sadismo, Guadagnino, que quiere ser un cineasta arty de buen corazón, demuestra potencia cuando Susie baila en un cuarto y en otro una bailarina se contorsiona hasta mearse encima y reventarse los órganos y los huesos; o en sus coreografías de muerte que son buenas porque son mudas (y si hablan no importa). Aunque Guadagnino quiera hacer una Suspiria intelectual, lo que mejor le sale son los momentos de visceralidad, de emoción y no de razón. La nueva Suspiria es buena aunque Guadagnino intente que no lo sea.