Terror, baile y mucho más.
Ha llegado Suspiria y sólo podemos decir que Luca Guadagnino lo ha vuelto a hacer. Y lo ha vuelto a hacer en varios sentidos. Porque Guadagnino se está revelando como un especialista en homenajes, remakes, libres adaptaciones y demás fenómenos cinematográficos habituales de este nuevo siglo y porque, además, tiene mucho que decir en cada uno de sus nuevos filmes.
Para empezar vuelve a elegir una película célebre de su tiempo para recoger el guante y darle unas cuantas vueltas. Esto ya había sucedido con quizás su menos exitosa obra. Estamos hablando de Cegados por el sol (A bigger splash, 2015), adaptación de un taquillazo francés de finales de los años sesenta con Alain Delon, Romy Schneider y Jane Birkin. Si allí cogía este clásico pasional y hitchcockiano para darle su toque personal, aquí sucede algo parecido. Coge la Suspiria originaria de Dario Argento y se apodera milimétricamente de ella, la hace suya a cada instante, a cada suspiro.
También se atreve por segunda vez con el desafío de crear algo a partir de sus referentes italianos previos. Aquí queda claro que está adaptando el clásico imbatible y genial de Dario Argento, pero si recuerdan ustedes Yo soy el amor (2010), es fácil entender que en aquella estaba haciendo un lúcido homenaje a Visconti o a Antonioni y, de paso, recogía su testigo para declararse como su digno sucesor. Y todo ello lo hacía saliendo indemne de tamaño entuerto.
Y hasta ahora nadie lo ha dicho, pero ya es hora de que alguien lo haga.Call me by your name (2017), su obra hasta ahora más públicamente celebrada, bien podría ser una ligera vuelta de tuerca en plan LGTB a la obra de Bertolucci Belleza robada (1996). Algo así como un remake inconfeso de aquella que clama al cielo por sus paralelismos y que sorprende que nadie se haya atrevido nunca a decirlo. Cierto es por otro lado que también era la adaptación escrita por James Ivory de una novela poco conocida.
Por lo que si lo pensamos dos veces, Guadagnino lo que ha hecho hasta ahora es retomar, retozar y rehogar los grandes nombres de lo mejor del cine italiano. Y suponemos que aún le queda cuerda para rato en este terreno y que seguirá siendo relevo generacional de lo que él quiera. De hecho, ya ha anunciado la continuación de su ya famosísima última cinta estrenada hace apenas un año.
Y así llegamos a esta Suspiria, que es todo lo que hemos dicho y mucho más: remake, adaptación, reinvención, complementación y superación de la original. Guadagnino ha conseguido el más difícil todavía: ha rodado una obra igual de eléctrica y terrorífica que la original aunque no se parezcan en nada a efectos prácticos, lo que intuimos, es simplemente la magia del cine.
¿Qué es la nueva Suspiria?
Lo mejor de todo esto es que contestar a esta pregunta no es nada fácil. Si nos preguntan por su argumento y su desarrollo, nos es sumamente difícil de responder. Su trama se capta más por los sentidos y las intuiciones que por un proceso expositivo narrativamente lógico. Si nos preguntan qué tiene y qué no tiene de remake este nuevo filme tampoco podemos responder con seguridad.
Porque sí, el argumento es muy parecido, especialmente en sus prolegómenos. Y sí, nos recuerda a la original en varias secuencias. Pero no, podría ser perfectamente una nueva película que parte de un guión completamente original.
Guadagnino aquí parece que haya querido lograr el triple mortal conjugando drama, misterio, terror, comedia, romance, histórico y hasta unas pinceladas de gore brutal para crear algo asombrosamente diseñado. Porque Suspiria es una relectura politizada, histórica, sobreexplicada y sobreelongada, de la trama original que todos conocemos: la de la joven americana que llega a una academia alemana de baile para superar unas pruebas y labrarse un futuro y quien acabará sumida en una pesadilla mágica llena de sorpresas.
Donde Argento propuso 90 minutos, Guadagnino se toma todo el tiempo del mundo y alcanza casi los 150. Desde luego, no estamos delante de una cinta de terror para todos los paladares sino que se trata de una pieza de orfebrería donde no sobra ni falta nada, donde cada plano tiene una significación artística y metafísica sorprendentemente eficaces, donde hay cabida para secuencias musicales, fantasmagóricas y absolutamente repugnantes.
Suspiria no es cine fácil, pero es cine a lo grande. Y encima todo ello puede interpretarse como una obra sublime, como un gran chiste, como una relectura megalómana que se atreve con un nuevo lenguaje dentro de los parámetros del terror, o como algo multiforme que avanza con sigilo a cada paso y te hechiza absolutamente en su desarrollo.
Incluso, dentro de esta interpretación como broma monumental, Tilda Swinton (soberbia) interpreta no a dos sino a tres personajes, y encima se dedicaron, ella y su director, a esparcir el rumor de que los actores a los que ella interpreta en la cinta existían en la realidad. Y es que tanto Guadagnino como Swinton han querido trasladar la pesadilla, la maravilla que encierra la cinta al plano verídico, aunque finalmente admitieran su pantomima.
Por otro lado, Suspiria es una auténtica exquisitez para los sentidos: su lúgubre fotografía, su diseño de sonido, su sugerente música, su combinación de repulsión y belleza, sus coreografías de cámara y de baile, y todo el mundo que despliega soterrado en el propio enigma de la cinta son suficientes para comprobar que esta es una gloriosa, pervertida, retorcida y apasionada, que además resulta, por extraño que parezca, divertida.
Y esto sólo lo puede hacer el buen cine.