El relato posmoderno cinematográfico desarrollado en Hollywood propició la moda de remakes y secuelas, impactando notablemente en el consumo de tales propuestas fílmicas. No obstante, su puesta en práctica data de mucho tiempo antes. Multiplicado a la enésima potencia en el cine del nuevo milenio, resultó reiterativa y tendenciosa la falta de criterio bien entendido, ausente de decencia artística e ideas originales por la que Hollywood recicló mediante remakes, recetas probadas para cual película fuera posible, a la vez que saturó la cartelera de secuelas donde la reiteración le ganó terreno a la inventiva.
Los espectadores se acostumbraron, casi como un mandato, a ver la cartelera repleta de remakes y secuelas donde la originalidad brillaba por su ausencia, y un círculo vicioso tendía a alimentar esa reiteración cada vez más monótona. Este ejemplo puede verse también, aún con un dejo de fatalismo, como una especie de correspondencia entre la teoría contemporánea y las nuevas tecnologías mediáticas, porque han cambiado los procesos de lectura de un film. Para justificar dicha teoría, la tercera dimensión es el ejemplo más paradigmático al respecto. También lo son las malas secuelas. ¿Cómo olvidar la literalidad de Gus Van Sant a la hora de copiar, plano por plano, a un clásico intocable como “Psicosis” (1960)?
En otro sentido, podría pensarse que el mismo aura de film intocable poseía “Suspiria” (1977), con el consiguiente riesgo de resultar masacrada. Obra referente del cine giallo, famoso subgénero italiano, heredero directo del thriller y del terror hollywoodense de los años ‘60, este se veía caracterizado por plasmar mundos violentos y profanos. Sin embargo, se verá que la adaptación realizada por el sorprendente Lucas Guadagnino (cineasta originario de Palermo) supera la media de lo habitualmente fraguado en las tristemente transitadas maratones de remakes. Sus intenciones resultan, pese a cierto saldo irregular, absolutamente dignas.
Maestros italianos como Darío Argento, Mario Bava y Lucio Fulci dieron vida a estos dantescos universos de sangre y crímenes por doquier, que constituyeron todo un emblema de la industria cinematográfica con bajo presupuesto de los años ’70. Tanto los hermanos Luciano y Nicolás Onetti (“Abrakadabra”) como Daniel de la Vega (“Necrofobia”) exploraron la vertiente en el plano nacional, herederos de aquella escuela perfeccionada por el citado Argento, cineasta nativo de Roma. Un artesano con la suficiente habilidad como para fusionar el mainstream y el cine ‛clase b’, en un espectro que va desde el cine gore precursor de su admirado Bava al suspenso psicológico de David Lynch, con guiños al emérito John Carpenter y un dejo del cine de David Fincher, especialista en retratar sociópatas y asesinos en serie.
Responsable de obras claves como “El Pájaro de las Plumas de Metal” (1970), “Rojo Profundo” (1985), “El Gato de las 9 Colas” (1971), Argento se consagró con esta obra cabal, actualmente objeto de una reversión: “Suspiria”. Lucas Guadagnino apostó la nada despreciable suma de 20 millones de dólares a este proyecto absolutamente personal, y el reto asumía saldar una cuenta pendiente; el cineasta admiró esta gema de Argento desde que la viera por vez primera, durante su adolescencia. Cabe mencionar, que este notable realizador es uno de los talentos más interesantes a tener en cuenta dentro del panorama contemporáneo. Luego de sorprendernos con “Cegados por el Sol” (2015, remake del clásico “La Piscina”, de Jacques Deray), recibió una lluvia de premiaciones gracias a un valiente ejercicio dramático: “Call me by your name” (2017).
La nueva versión de “Suspiria” coloca en una frágil situación, y de cara a una travesía pesadillesca nada agradable, a la bailarina aquí interpretada por Dakota Johnson, flamante estrella del cine comercial consagrada gracias a una saga (otra moda que no es vanguardia) pobremente adaptada a la pantalla como “50 Sombras de Grey”. En su segundo protagónico junto al director (había sido el objeto de deseo en la citada remake francesa, también versionada por Francois Ozon en 2003), Johnson hará lo que toda musa/víctima de Argento solía hacer: volverse presa del horror y someterse al peligro mortal, acechando intrigante, constante.
Esta evocación de una obra maestra de su clase, ostenta un metraje llamativamente excesivo (152 minutos), el cual se explica bajo la inclusión de una serie de subtramas que, sin dañar el espíritu original del film en pos de facilitar nuevas lecturas, restan uniformidad a la propuesta. No obstante, el perfecto diseño visual (apoyado en una exquisita fotografía y escenografia) y una inmejorable banda sonora compuesta por Tom Yorke (Radiohead) se presentan como nobles instrumentos a la hora de explorar terroríficos misterios. Un clima tétrico reviste el relato y allí reside su atractiva perturbación.
Con clase y una voz autoral propia, Guadagnino venció los prejuicios que la historia del cine depositó sobre su funesta aventura hacia el lugar donde habita el miedo. Allí, en el corazón de las tinieblas germanas.