Un “suspirio” de alivio.
Una historia en seis actos y un epílogo en la Berlín dividida. Así sin más, abre Supiria de Luca Guadagnino, que le debe sus bases al film homónimo de 1977 del director italiano Dario Argento, pero que en forma y búsqueda se aleja del original para contar una historia que poco se relaciona con el clásico de horror. Si bien en los primeros minutos del film se deja establecido que esta es una historia sobre brujas, la misma se ve envuelta y relacionada al contexto político de la época, la conflictiva Berlín de finales de los 70, y la visión artística centrada en la danza, lo cual hace que la idea de la prestigiosa compañía de danza, que secretamente es un aquelarre de brujas, no esté ligada al género de terror sino más bien al suspenso sensorial y estético que crea Guadagnino con sus imágenes.
El protagónico se encuentra dividido, al igual que la Alemania en medio de los actos revolucionarios de la Fracción del Ejército Rojo (RAF), entre la joven chica norteamericana Susie Bannion (Dakota Johnson) y el psiquiatra Josef Klemperer (Tilda Swinton bajo el seudónimo Lutz Ebersdorf). Cada uno respectivamente se adentrará en los turbios secretos detrás de los muros de la academia Helena Markos, a la vez que deberán comprender y aceptar la oscuridad interna y propia del ser humano. Con una estética y un rimo pertenecientes al cine europeo de autor, en sintonía con la forma e inquietudes temáticas del director alemán Reiner Werner Fassbinder, Guadagnino explora las complejidades humanas de sus personajes con gran sensibilidad estética, sin nunca dejar de lado el misterio y la extrañeza que surgen de las cautivadoras imágenes que utiliza para describir a los personajes, los espacios y la pasión por la danza.
La expresividad corporal, los movimientos y el diseño coreográfico son tratados como un elemento provocativo que terminan por transmitir el poder mágico del aquelarre. Los cortes rápidos, el uso del zoom directo hacia inquietantes rostros y la composición de planos enigmáticos hacen que las imágenes escogidas realicen su propia danza que hasta por momentos logra hacer sucumbir al espectador bajo su hechizo de atracción. El mismo solo es interrumpido por el montaje paralelo o los buscados cortes abruptos de escena. Incluso la música compuesta para el film por Thom Yorke, algo que en principio parecía que no funcionaría por el estilo del cantante de Radiohead, se complementa con la extrañeza creada, logrando que todo el conjunto se desenvuelva despertando preguntas en el espectador y estimulando su experiencia; aprendiendo de la misma y dejándose entregar a ella como Susie lo hace ante la brujería artística de Madame Blanc (Tilda Swinton una vez más) y el resto de sus hermanas.
El elemento divisorio como un personaje más del film se haya presente también en la problemática interna del aquelarre, en el cual algunas de sus integrantes están decididas a que Madame Blanc sea la líder y otras optan por seguir bajo el mando de la moribunda Helena Markos (Tilda Swinton, la tercera es la vencida). De esta manera, y con el conflicto político de fondo siempre presente, el director dialoga acerca de los tiempos de crisis en la forma de la oscuridad más sobrenatural que se ve afectada a través de los distintos terrenos que el film explora; por momentos funcionando a la perfección y por otros obteniendo un exceso de elementos estéticos y narrativos que dificulta la experiencia y que, con algunas de sus elecciones, provoca a la vez una división en la opinión del espectador.
Lo cierto es que, tanto en sus logros como en sus fallas, dos columnas que cimientan al film y entre las cuales alterna balanceándose reiteradas veces, Suspiria logra adentrar a quien la ve en la profundidad de sus temas. Explora las culpas y deseos transmitiendo el sentir de los personajes a través de la búsqueda artística y de cómo ésta puede variar entre la luz y la oscuridad dependiendo de las manos y el talento de quien haga uso de ello. Las distintas lecturas a las que invita el film, dentro de su extrañeza que invade la pantalla como las bellas imágenes alegóricas que son enviadas dentro de los sueños de Susie y la poderosa puesta en escena que interpretan las bailarinas, son unificadas dentro de los temas que son abordados dándoles una coherencia y orden que permite que funcione en cada uno de ellos. Algunos tal vez más entendibles que otros pero que en su forma se sienten parte de un todo, y eso mismo hace que el entendimiento y el goce obtenido por el film se extienda largo tiempo a medida que es procesado por cada quien.
Las enseñanzas de Madame Blanc con la creación de la pesadillezca danza “Volk” repercuten en la idea y la forma de dejar todo para ser parte de la grandeza artística, incluyendo lo bueno y lo malo, llenando cada espacio de nuestro cuerpo con la obra en cuestión que nos hace trascender y elevarnos por sobre el resto. El director nos habla de ello en distintos niveles, como es el hecho de la bruja líder que desea habitar en Susie o a través del hombre de ciencia que transforma su visión de lo que conoce y lo esotérico, haciendo una relectura del pasado y las culpas cargadas consigo. Tal vez, el hecho de que el film busque cubrir todos los espacios posibles para brindarle una fuerte carga de mensaje que resalte todos los elementos importantes, hace que en parte el relato se sobrecargue y pierda su centro por momentos, sobre todo en su diabólico climax final. No obstante, al hacerlo también se incluye todo el encanto estético y analítico que lo vuelve un film mucho más rico y reflexivo que el original, el cual resulta vacuo en comparación.
El embrujo audiovisual que supone Suspiria dota a su historia de los condimentos necesarios para que en su totalidad el film se vea transformado en un círculo absoluto que no empieza ni termina nunca. Todo comienza y termina formando parte de lo mismo, de la mirada de un esteta y hedonista como lo es Luca Guadagnino quien logra hacer trascender a sus personajes desde el plano de la ficción, a su público desde el plano sensorial y cerebral y por último a su propia obra como manifiesto del orden y desorden que yace en toda creación. El film se carga de muchos niveles de sentido y con ello se lo dota de sustancia y profundidad, haciendo que para aquellos que lo disfruten “suspirien” aliviados de ser testigos de tan hermosa obra.