Un debut a lo grande
Considerado uno de los guionistas más talentosos y creativos de su generación (es el autor de aclamados trabajos como Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Confesiones de una mente peligrosa, El ladrón de orquídeas y ¿Quieres ser John Malkovich?), este artista debutó con casi 50 años en la dirección con Synecdoche, New York, una tragicomedia de grandes ambiciones y resultados mixtos que se sustenta en un gran despliegue visual, en bruscos y constantes cambios de género, de climas y de registros, y en el aporte de un gran protagonista (Philip Seymour Hoffman), acompañado por un amplio elenco de figuras como Catherine Keener, Samantha Morton, Emily Watson, Michelle Williams, Jennifer Jason Leigh, Hope Davis, Tom Noonan y Dianne Wiest.
Kaufman retoma la línea absurda y delirante de sus guiones para Spike Jonze (productor del proyecto) con la historia de un director de teatro neurótico e hipocondríaco que es abandonado por su familia y decide montar una obra épica que incluye la reconstrucción de una suerte de Nueva York en miniatura para recrear allí los dramas de su caótica existencia. Con un presupuesto de 20 millones de dólares aportados por productoras independientes y con apenas 45 días de rodaje para concretar las 204 escenas del guión, esta opera prima megalómana, artificiosa y deslumbrante resulta una verdadera rareza llena de hallazgos (y de tropiezos parciales) para no dejar pasar.
Atragantado en su propio genio - Por Manuel Yáñez Murillo
Se esperaba con curiosidad la primera incursión en el terreno de la dirección del guionista más influyente del cine americano de la presente década, Charlie Kaufman, ideólogo de la carrera cinematográfica de los cineastas más in de la generación del videoclip: Michel Gondry y Spike Jonze. Para su opera prima, Synecdoche, New York, Kaufman pone su desbordante imaginación al servicio de un nuevo ejercicio metalingüístico, en el que la trama se despliega y retuerce a través de múltiples niveles de ficción. Relato dentro del relato, representación dentro de la acción, el espejo en el interior del espejo. Ese es el juego favorito de Kaufman, amante del artificio y de la prestidigitación narrativa.
Intentar resumir la historia que cuenta Synecdoche, New York se antoja una odisea, pero lo intentaré. Caden Cotard (Philip Seymour Hoffman) es un dramaturgo en perpetua crisis creativa y existencial que tras ser abandonado por su mujer (Catherine Keener) y su hija decide utilizar el dinero de un premio literario para realizar la obra teatral definitiva, un desproporcionado proyecto que le ocupará el resto de su vida. La obra en sí es nada menos que la recreación a escala casi real de la vida en la ciudad de Nueva York. En su mesurado arranque, la película transita entre gags ocurrentes hasta que Kaufman decide empezar a regocijarse en su ingenio y megalomanía, convirtiendo el film en un juego infinito de cajas chinas con el que abordar su visión trágica de la existencia, en la que el ser humano parece condenado a la soledad y el creador a ser fagocitado por su propia creación.
Y eso es justamente lo que le sucede al director-guionista-autor: que al querer llegar más lejos que nadie (el film iguala y supera los artificios de Ocho y medio, de Federico Fellini; Dogville, de Lars Von Trier; Palindromes, de Todd Solondz; y The Truman Show, de Peter Weir) se atraganta con su propio genio y la contundencia de su amargo existencialismo queda diluida por la incontinencia de su pluma.