Podría haber sido una estafa. El tipo de engaño que Renton (Ewan McGregor) hubiese perpetrado en la película original de Danny Boyle en 1996. Pero T2 se hace cargo de su nostalgia y revive a sus personajes en una historia que se siente convincente y debido al pulso de su director, todavía vivaz.
“Lo tienes, y luego lo pierdes, y se ha ido para siempre.” dice Sick Boy (Jonny Lee Miller), una sentencia que se podría aplicar a Boyle y su despareja filmografía, pero al parecer el director, nunca lo ha perdido del todo. Cada fotograma de esta película parece significar algo para él. Muy meta, y por momentos extrañamente conmovedora, T2 toma al espectador de las solapas, y lo cachetea hasta tener toda su atención, como si veinte años no fuesen nada.
¿Podrá hablarles a los millennials, con tanta facilidad como a la generación X? Y en todo caso cabe preguntarse que puede tomar aquella generación noventosa de esta historia, ya que la reflexión (explicitada con la nueva versión del “choose life” de Renton) no deja dudas, nos convertimos en lo que odiabamos.
La película comienza, por supuesto, con Renton corriendo. Pero en una máquina de gimnasio. Un bobazo y el fin de su matrimonio lo arrastra de vuelta a casa, luego de veinte años en Amsterdam.
En Escocia, Sick Boy es proxeneta de su novia Veronika (Anjela Nedyalkova), Francis “Franco” Begbie (Robert Carlyle) está tratando de escapar de la prisión, y Spud (Ewen Bremner) sigue siendo un junkie con el alma buena, luego de perder su trabajo y a su pareja.
“Eres un turista de tu propia juventud”, le dice Sick Boy a Renton, después de una merecida golpiza. “¿Qué otros momentos estarás revisitando?” La película empieza así a mirarse el ombligo y el resultado es atrapante.
Como en 1996, la dirección de Boyle es la estrella. Ocupado en la efervescencia de las imágenes enmarcadas por una banda de sonido fantástica (Young Fathers, High Contrast y un remix de “Lust for Life” por The Prodigy). Tal vez no sea la extrema pureza de la película original, pero conserva el golpe de una de esas pastillitas “uppers” que sólo pueden ser contrarrestadas por una “downer”.
Con Renton en el centro, todo el mundo era un jugador importante en la historia, el alardeo y la inmortalidad, la forma en que todos nos sentimos cuando somos jóvenes. Con las derivaciones de lo que ocurrió veinte años después, Renton se convierte en una hoja en blanco, una silueta, el hombre gris que él siempre evitó ser.
Entre sus muchas sorpresas, el film guarda lo mejor para el final. Empapado de neón, amenazante, divertido, desesperadamente triste, y visualmente siempre audaz. El espíritu de Trainspotting renace como una escabrosa y brutal comedia negra sobre la depresión masculina de los cuarentas y el miedo a la muerte.
Tal vez sea necesario haber visto la primera película para sentirse, como los jóvenes aficionados de Harry Potter, que han crecido con sus protagonistas.
Culpable de cierta auto-mitificación, pero con la misma energía punzante, y el mismo pesimismo desafiante, de hace dos décadas. Esta secuela fue un acto de valentía que salió demasiado bien. Y como en la saga “Before” de Linklater habrá que ver como sigue la historia de Trainspotting dentro de 10 o 20 años.
Trainspotting, nunca fue sobre las drogas, la delincuencia, o la búsqueda desesperada de dinero fácil. Se trataba de la juventud, de la juventud en fuga constante. Escapando de los padres, de la sociedad, de la masificación y del conformismo. Veinte años después, con todas las esperanzas de escape diluidas, T2 es una mirada cínicamente real sobre la crisis de la mediana edad y la búsqueda de nuevas motivaciones que le den sentido a la existencia.