Tren de sombras
Como las anteriores películas de Gomes, Tabú presenta un relato absolutamente imprevisible dividido en dos partes. La primera, que sigue en tiempo presente los últimos días de la vida de Aurora con una bella alusión a la soledad y al paso del tiempo, desemboca en un extraordinario relato en el centro del África colonial, escenario de intrigas, aventuras y amores prohibidos entre Aurora y Gianluca Ventura. Mediante una transición sonora fascinante, el tiempo de la juventud queda impregnado por la vejez y la muerte. Las palabras de los personajes que se fueron con Aurora se perdieron para siempre, sólo quedan los sonidos de la selva y algunos temas musicales cuya carga emocional basta para rememorar el desgarro de la separación de los amantes.
Paraíso perdido. Tabú comienza en el cine: un explorador con el corazón roto se deja devorar por un cocodrilo para reunirse con el fantasma de su amada. Quien observa la película es Pilar, una mujer soltera de mediana edad que encuentra en el cine el último refugio a su desamparo. Sus vecinas son Aurora, una anciana fantasiosa, y su mucama malhumorada. Aurora es una suerte de diva venida a menos, perdida en Lisboa entre fantasmas y recuerdos incoherentes de África. El montaje urbano abre un multitud de posibilidades narrativas y las deja en suspenso. Los planos de la ciudad, de una belleza irreal, son la expresión libre de un arte sin complejos, tan lejos de la tarjeta postal como de los lugares comunes del realismo social de mucho cine periférico. Pilar está en el centro de este melodrama moderno en el que todo parece haber fracasado hace mucho tiempo. La mujer se inclina sobre su balcón mientras la ciudad celebra el año nuevo; los golpes metálicos suenan como un eco lejano del cataclismo emocional que curva su silueta. Al igual que el equipo de rodaje de Aquel querido mes de agosto, Pilar espera la epifanía mientras se ocupa de historias secundarias.
Paraíso. Tabú se desliza hacia su segunda parte con las raíces sólidamente sujetadas en la primera. Las digresiones de la vieja Aurora, tomadas como señales de demencia senil por sus amigas, son el tejido que constituye una parte de la mitología del relato africano. Por los canales secretos de la memoria circulan de un polo al otro una multitud de motivos, figuras y músicas; pero las dos partes de la película se distinguen claramente tanto en la imagen como en el sonido. Los diálogos se esfuman, la voz apacible del viejo Ventura susurra los fabulosos sucesos del pasado en un África fantasmal llena de artificios y tiempos entrecruzados que jamás perturban la superficie dramática. Los personajes derraman sus lágrimas sobre un lamento Pop que aún está por escribirse, mientras los mozambiqueños cruzan los decorados como espectros residuales de otras épocas del cine.
El amor que une a Aurora con Gianluca es el que se dibuja en las nubes. El lirismo Gomes no se puede abordar frontalmente, es necesario buscarlo por sus contornos para alcanzar el corazón. En una escena tan asombrosa como inquietante, los amantes miran a cámara y parecen escuchar lo que se cuenta de ellos en el futuro. Miguel Gomes demuestra que se puede llegar a la memoria del mundo a través del cine. El director encadena los distintos relatos con lo que cuentan sus personajes, con cartas, libros, leyendas y profecías, con viajes en el tiempo y en el espacio, con rupturas de tono y mezcla de géneros. Tabú es una sublime historia de amor imposible que invoca a la poesía, a la literatura y al cine mudo; una película leve y encantada, con un nostálgico Be my baby resonando en la memoria de los amantes bajo la mirada de un cocodrilo melancólico.