Audacia y buen gusto en un relato de laboratorio
El joven director portugués Miguel Gomes se lanza explícitamente a jugar con lo prohibido en su tercera película, “Tabú”. Durante casi dos horas despliega una narración cinematográfica que apela a un lenguaje desconcertante, que va cambiando de registro a medida que avanza, y hace convivir elementos de distintos órdenes narrativos, lo que genera una atmósfera de ensueño, en donde lo extraordinario o maravilloso coexiste con la realidad más prosaica y cotidiana.
“Tabú” comienza con un relato corto en blanco y negro, que imita a las películas mudas de aventuras, y que contiene una serie de elementos simbólicos que cobrarán significación luego cuando se despliegue el relato principal, la película propiamente dicha, que también será totalmente en blanco y negro. Ésta consta de dos partes, “Paraíso perdido”, la primera, y “Paraíso”, la segunda.
La primera parte transcurre en Lisboa en la actualidad. Aurora, una anciana solitaria y de aspecto distinguido, vive con una mucama negra, de origen africano, en un edificio de apartamentos. Tiene una vecina, llamada Pilar, una mujer de edad mediana, que vive sola y reparte su tiempo entre las actividades solidarias y salidas con un amigo pintor con quien tiene una relación de tinte piadoso. Como lo es también la relación que Pilar establece con Aurora, quien está en el límite, agotando sus recursos aceleradamente debido a su adicción al juego, y también su vida, que se apaga irremediablemente, en medio de una crisis de demencia senil que la hace desvariar.
Aurora depende económicamente de una hija completamente ausente a quien ya no se la puede ubicar, ni siquiera en una situación de emergencia. La anciana sufre una especie de manía persecutoria, habla de brujería y se la ve lidiar con fantasmas del pasado que acosan su mente de manera dolorosa.
A punto de morir, le pide a Pilar que encuentre a un hombre, llamado Gian Luca Ventura, de quien quiere despedirse. Pilar logra dar con él, en un asilo de ancianos, y a partir de allí comenzará la segunda parte de la película, que estará narrada en off por la voz de Gian Luca, contando su experiencia con Aurora. Una historia que se remonta unas cinco o seis décadas atrás en el tiempo, y que sucede por completo en Africa, en una colonia portuguesa.
Al abordar esta parte del relato, es cuando Gomes se permite todo tipo de licencias narrativas como por ejemplo apelar al recurso de enmudecer a los personajes pero destacar el sonido ambiente, en un discurso un tanto esquizofrénico, mientras suceden cosas que son explicadas por el narrador en off.
En aquel tiempo y en aquel lugar, Aurora y Gian Luca vivieron una historia de amor prohibido. Ella estaba casada y con su marido eran ricos hacendados, dueños de tierras muy productivas en el Monte Tabú. Gian Luca era un aventurero que viajaba por el mundo con un amigo, ex cura de nombre Mario, con quien tenía un grupo musical, actividad que les permitía sobrevivir holgadamente, mientras se divertían de una manera hedónica y sin ataduras.
Experiencia gratificante
La historia de amor apasionado que une a Aurora con Gian Luca tendrá un final trágico, pero será tan fuerte que, a pesar de haberse separado, los marcará para siempre como lo más importante, lo más intenso que les ha ocurrido en su vida.
La película de Gomes reúne elementos de romanticismo popular y mitos ancestrales con otros componentes simbólicos, oníricos y surrealistas. También rompe la continuidad histórica, trasladando en el tiempo datos de una época a otra, en una especie de incongruencia temporal de efecto poético, lo que contribuye a enrarecer el relato.
“Tabú” es una experiencia altamente gratificante para el espectador, porque mantiene el interés, seduce con sus giros sorprendentes y sus guiños pasibles de diversas interpretaciones, y también con su formato visual, que lo acerca más al objeto de museo que al cine de entretenimiento. Una audacia en la que se imponen el buen gusto y la originalidad.