Tabú

Crítica de Miguel Frías - Clarín

El amor como paraíso perdido

Hermoso filme portugués: suerte de melodrama que quiebra cada código del género.

Si uno tuviera el suficiente espacio, la suficiente perspicacia y erudición, podría escribir un tratado sobre Tabú: sobre su polisemia, su intertextualidad, su compleja estructura. Pero, a no asustarse: el opus 3 del director de Aquel querido mes de agosto, el portugués Miguel Gomes, se disfruta también, hasta la gratitud y el hipnotismo, al margen de cualquier análisis. Es, cómo definirlo en seis líneas, una suerte de melodrama lírico/onírico aunque no grandilocuente, que rompe con todos los códigos del género y del cine convencional. Una película, una obra artística, tan hermosa como subversiva.

Se divide en tres partes, que se hilvanan maravillosamente y se resignifican entre sí: una breve introducción, seguida por un díptico, cuya primera parte, Paraíso perdido , filmada en blanco y negro en 35 mm, nos muestra a tres mujeres solitarias en la Lisboa actual. Una de ellas es una anciana ludópata, una especie de ex diva en el ocaso, algo lunática, algo senil, bastante culposa (todavía no sabemos por qué), que pierde todo en el casino, siguiendo un sueño repleto de monos. La acompañan una mucama negra, a la que la anciana acusa de dañarla con magia negra, y una vecina, católica y solidaria, que intenta mitigar la desolación ajena y, acaso, evadir la propia.

La segunda parte, Paraíso (Gomes invierte el orden establecido por F.W. Murnau en su Tabú, de 1931), transcurre en los ‘60, en un país africano jamás mencionado (Mozambique), bajo el dominio colonial portugués, que se agrieta. En este segmento -en 16 mm- la anciana es joven y bella, está casada y embarazada, y tiene un romance adúltero con un dandy mujeriego. Este dandy narra, en off, desde el hoy de su vejez, aquellos días de pasión, aventura y extrañamiento, en los que sonaba Be My Baby entre animales exóticos y todo -hasta el amor- parecía posible. Es decir: vemos a los protagonistas -difusos, en textura granulada-, pero no los escuchamos; sus voces y contornos precisos se perdieron, como en un sueño o en el recuerdo de un muerto, desplazados por un relato desde el lejano porvenir, el presente.

Así, con esta historia plagada de peripecias teñidas por la melancolía, la película dialoga con el cine mudo y consigo misma. Mientras vemos a la joven pareja adúltera en la cama, la voz de él enumera, desde su remota ancianidad, los peligros y desdichas que, sabe y sabía, van a vivir como amantes clandestinos. “Pero siempre que me encontraba en sus brazos, el futuro me parecía un concepto vago y estúpido”, dice. Lo dice, justamente, desde ese futuro en el que no tiene más chance que evocar. Con la triste resignación del que sabe que los únicos paraísos posibles -Borges y Milton dixit- son los paraísos perdidos.