“Tabú” más raro que bueno para curiosos
El portugués Miguel Gomes, figura mimada de la crítica snob internacional, es ese que ganó el Bafici 2011 con "Aquel querido mes de agosto", película de 147 minutos que parecía durar más que todo agosto con sus 31 días y el bonus de Santa Rosa (los informados del festival ya anticipaban su triunfo desde antes de la función inaugural), y presidió el jurado del Bafici 2012, ocasión en que además presentó el "Tabú que ahora se estrena, y que por suerte dura 29 minutos menos.
En fin, la obra lleva el mismo título del clásico de Murnau y Flaherty, pero nada que ver. Acá alguien menciona apenas de pasada, un par de veces, un Monte Tabú de algún lugar de Mozambique, pero, la verdad, más importancia argumental y atávica tiene el Monte de Venus de una joven señora, rubia esposa de un colono a la que conocemos (lamentablemente no en el sentido bíblico) en la segunda parte del relato, o si se quiere, en la segunda película porque, más o menos como en "Aquel querido mes de agosto", acá hay dos películas al precio de una.
La primera transcurre en Lisboa, gris, apagada, donde una vecina y una vieja doméstica negra, dos buenas personas, asisten a los últimos días de una vieja fastidiosa, jugadora y divagante desdeñada por su escasa familia. La segunda transcurre en Lisboa y Mozambique, porque un anciano les cuenta a esas dos mujeres la historia de amor que él vivió con la finada, cuando ambos eran jóvenes y disfrutaban "el exotismo y la vida fácil" de los blancos en el Africa Colonial. Dicho relato incluye al marido burlado, un embarazo, un amiguito del galán, personal doméstico negro cuya eficacia y discreción causan nostalgia, y algunos cocodrilos muy simpáticos y oportunos. Todo en blanco y negro de irregular mérito fotográfico y con triunfo absoluto de la narración oral monocorde, expuesta con entonación cansina, lusitanamente melancólica, ocasionales antojos de mudez, y repetidas emisiones del dulce tema "Be my Baby" a cargo de Les Surfs, un sexteto de hermanos nativos de Madagascar que allá por los 60 gozaron su cuarto de hora de cinco minutos.
También, por suerte, hay algunas notas de humor, que es lo que salva al espectador común. Por ejemplo, el remate del prólogo y la mención a las prácticas de tiro al negro junto a las meriendas de té y bizcochos. Puestos a considerar, se trata de una obra más rara que buena, que hasta podríamos decir buena porque se hace ver con curiosidad y espíritu risueño, e incluso puede hipnotizar a más de uno que saldrá fascinado. Pero tampoco es la octava maravilla que proclaman sus exegetas.