Más allá del olvido
A diario vemos películas que arrancan bien y luego van perdiendo el rumbo hasta deshacerse por completo. Esas películas nunca fueron buenas. Por otro lado, hay films que no muestran su juego ni todo su esplendor hasta el final. No hablamos de los últimos minutos, sino de un crecimiento progresivo, sólido, apabullante. Ese es el caso de Tabú, de Miguel Gomes.
Los primeros minutos de un film suelen definir, todo lo que será el film. Tabú es un ejemplo de los contundentes, aunque el espectador poco atento (o el que llegue tarde) no lo capte. En esos primeros minutos se define el romanticismo arrebatador, la mirada del director y todo su estilo. Milagro cinematográfico esta combinación entre la forma y el contenido de Tabú, anunciado y presentado en la escena inicial.
Luego, la película abandona ese comienzo romántico y extraño, esa leyenda ambientada en África y pasa a Lisboa en el presente. Allí, una anciana, su mucama y cuidadora y una vecina conviven en un edificio. Esta anciana decadente es por momentos graciosa, por momentos agobiante y en otros está ida, y todo el tiempo parece tener algunas cuentas pendientes con el pasado. Toda esta parte del film es morosa y muchos espectadores podrán sentir que la película no tiene rumbo, pero hay que tener paciencia, porque lo que pasa es que el film de Gomes está tomando carrera para la segunda parte del relato.
Y esa segunda parte resignifica todo lo visto, le da un significado distinto y termina por mostrar que Tabú es una obra maestra de una grandeza romántica sin comparación en el presente. Para algunos espectadores tal vez sea una película difícil, pero para quienes se entreguen, es sin duda una experiencia inolvidable.