Un grupo de jóvenes pasan un fin de semana juntos en una quinta y allí surgen tensiones sexuales y de las otras. La película combina a la perfección los estilos de dos directores que trabajan sobre la mirada, sobre los cuerpos y los misterios del deseo.
Las sensibilidades de ambos directores parecen fusionarse a la perfección en TAEKWONDO, una película que bien podría ser una combinación entre el estilo y los temas mostrados por Berger a lo largo de su carrera con el acercamiento a una temática similar pero desde un formato ligeramente distinto por Farina en FULBOY, su película sobre el detrás de escena (el vestuario, digamos) de un equipo de fútbol.
Aquí son dos amigos que se suman a las vacaciones que un grupo está pasando en un caserón enorme con pileta, sauna y canchas deportivas. El grupo se compone, en su mayoría, de jóvenes heterosexuales quienes, de una manera un tanto inusual y más propia de un vestuario deportivo, andan desnudos o semidesnudos todo el tiempo. Para uno de los recién llegados –el único claramente identificado para el espectador como gay– es una mezcla de paraíso y lugar de extrema confusión. Atraído por su amigo, se siente un poco fuera de lugar en este entorno de confusa y sobreactuada masculinidad.
Entre charlas sobre mujeres, conversaciones casuales, muchos diálogos sobre sexo, fiestas y los planos habituales de Berger en los que su cámara parece centrada en la entrepierna de sus personajes mientras ellos se acomodan o rascan cualquier cosa que ande del ombligo para abajo (aquí la cámara bien podría representar la mirada del recién llegado), transcurren unos días en los que estos compañeros de taekwondo van jugando su confusa danza de atracción mientras alrededor suyo tiene lugar una suerte de constante ballet hormonal. Si bien la película podría resolverse con unos 15 minutos menos, resulta una experiencia curiosa y atrapante, un juego de miradas, cuerpos, palabras y deseo que no para un segundo.