EXPLORAR LOS CUERPOS
El plano inicial muestra a dos jóvenes que se acercan a cámara. Sus siluetas nítidas contrastan con el fondo desenfocado. No es casual: son los cuerpos los que interesan y el exterior, bien gracias. Un grupo de amigos pasan el tiempo en una quinta. Hablan de cualquier cosa, lo que venga, lo que tienen ganas de contar, generalmente enmarcado dentro de los rituales y los códigos masculinos. Las conversaciones son banales y otorgan una ligereza que refuerza la verosimilitud de aquello que se escucha y lo cotidiano se ensancha exageradamente. Algunas palabras molestan y otros movimientos son verdaderos toques de comedia. Parece un reality, pero no. Lo que rompe la lógica misógina e instaura la diferencia es la cámara. Taekwondo es una película de registro y como tal instituye una mirada. Es una mirada que explora pero además acaricia, recorre, se aleja, se acerca, espía o es un tipo más, metido en los ambientes de ese universo cerrado, de transpiración y de letargo. El encuadre instaura hedonismo.
Los chicos del comienzo son Germán y Fernando y entre ellos hay algo. Un gesto provoca una pausa y entonces se activa el deseo y la tensión sexual, esa forma de vincularse que tan bien ha trabajado Berger en sus films anteriores. Pero ahora multiplica la apuesta e inunda la pantalla de presencias, como si de un cuadro renacentista se tratara, para elogiar la carne. La cuestión aquí no es el horizonte de llegada (una bella escena final) sino el mientras tanto, ese lapso que se estira entre miradas y acercamientos. Los cuerpos imponen una presencia desmesurada. En tiempos donde la radical virtualidad coloca la figura de un ordenador en el lugar de Dios y los sujetos de varios films aparecen como hologramas de mercado, Berger y Farina parecen devolverles complexión a los personajes. No es un gesto menor. Tampoco lo es el enrarecimiento que provocan sus imágenes.
Y la espera no es sólo de quienes están involucrados en el juego. También es del espectador, el que atado por los lazos de una narrativa convencional tal vez aguarde ese momento donde se consuma la relación. Sin embargo, siempre hay un espacio abierto para que la búsqueda gobierne la escena. Para ello, no es necesario el sexo explícito ni que los protagonistas pierdan sus rasgos de masculinidad. En este sentido, se eluden lugares comunes y recetas militantes; en todo caso, la estereotipada visión de la “jaula de las locas” nunca asoma porque las leyes del deseo son universales mientras haya cuerpos. Y una cámara con sentido cinematográfico para recorrerlos.