Después de un exitoso paso por el BAFICI, se estrena Taekwondo, la nueva película de Marco Berger, con co dirección de Martín Farina.
El cine de Marco Berger es un cine de pequeños gestos. Los personajes se estudian, se miran, se conocen, se comprenden por las miradas. Uno podría quitarle los diálogos a sus películas y se entenderían igual, porque lo importante no sucede en el plano de los diálogos, sino en aquello que se siente, y se transmite más allá de las palabras. Son historias de amor con un clima increscente
En Taekwondo, Berger regresa un poco al tono de comedia cotidiana que tenía su ópera prima, Plan B, con óptimos resultados. Fernando –Lucas Papa- invita a Germán –Gabriel Epstein- un compañero de Taekwondo, a una quinta para pasar unos días de vacaciones junto a sus amigos de toda la vida. Ahí todo es juego, todo es joda. Fútbol, playstation, comidas, siestas largas, sauna y baile. Al principio, el joven se muestra tímido con el resto, pero pronto comienza a entrar en confianza.
En la película de Berger y Farina, el olor a hombre traspasa la pantalla. Detrás de cada juego de estos adultos, que tienen una regresión a los tiempos adolescentes hay una tensión latente, un romance, una incertidumbre. Los directores no subestiman la inteligencia del espectador y revelan bastante rápido los motivos que lo llevaron a Germán a aceptar la propuesta de Fernando, pero sobretodo, le transmiten las mismas dudas, gracias a un excelente juego de miradas, donde los primeros planos y detalles, tienen mayor connotación que la simple sugerencia sexual.
Taekwondo es un pequeño film que sucede en un microuniverso masculino con códigos preestablecidos. Como en sus anteriores obras, Berger, evita los lugares comunes y estereotipos, por el contrario, los establece en un principio, para romperlos durante el desarrollo. Al igual que el arte marcial, cada acción que se toma tiene su justificación. La defensa personal, se convierte en ataque, y eso se traduce en el comportamiento de varios de los personajes.
Más allá del plano subyacente, y los climas que poco a poco se van tejiendo alrededor de los protagonistas, también se plantean temas más obvios relacionados con la madures, los prejuicios sociales y económicos de una parte de la sociedad, la inseguridad de una generación, la amistad a través de los años, y la hipocresía que crece a la par de los personajes secundarios, engaños y desengaños.
No hay un ritmo argumental clásico. La rutina y el agobio de ese descanso se transmiten al espectador con un código audiovisual similar a la del Nuevo Cine Argentino de la generación del 2000. En cierta forma, la película es consciente de eso y habla sobre la madures cinematográfica de esas primeras camadas de graduados de la Universidad del Cine que ahora ya son consagrados autores, y de la que Berger forma parte.
Aunque el elenco es numeroso y el nivel interpretativo es desigual, cada personaje tiene una construcción, un desarrollo y una conclusión, concretando un guión sólido al que no se le notan los hilos estructurales, lo que permite adentrarse en el mundo de la historia sin pensar en lo que va a pasar o debería pasar en el transcurso de la trama. Uno se deje llevar, como testigo imparcial, desde cierta contemplación, pero también sin perder el punto de vista del protagonista.
El desenlace -tan discutido por hacer explícito aquello que era sugerente- no hace más que demostrar la forma que los realizadores tienen de revelarse contra los códigos del cine contemporáneo, otorgando una bienvenida cuota de deseo y pasión desprejuiciada.