Bien podría ser un estreno más este film basado en el libro de Margot Lee Shetterly sobre la verdadera historia del papel que cumplieron las mujeres afroamericanas en la carrera aeroespacial de los EEUU durante los años 50-60, en plena Guerra Fría.
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Sin embargo, Talentos ocultos está nominada a mejor película para los próximos Oscar, mejor guión adaptado y mejor actriz protagónica, y así es elevada por Hollywood como una película importante, y uno de los últimos emblemas antirracistas de la era Obama, período que seguramente tuvo cumbre en la fastuosa Lincoln de Steven Spielberg.
Acá no hay fasto. Hay tal vez sí consciencia que los tiempos que se vienen no son fáciles. Que siempre es mejor mirar el pasado, en este caso no tan lejano, para entender la historia de la discriminación racial, a la que se le suma otra discriminación, la de ser mujeres. Salvo del maltrato policial, ni el hecho de trabajar en la NASA salva a estas mujeres de viajar en la parte de atrás de los buses o de tener que ir a los baños para “negros” o de no poder tomar café de la misma cafetera que los blancos.
La película cuenta la historia de la matemática afroamericana Katherine Johnson y sus dos colegas, Dorothy Vaughan y Mary Jackson, parte del equipo de la NASA en las áreas de cálculos, chequeos matemáticos y físicos. Ellas son universitarias, de cierta clase acomodada pero sometidas a la misma segregación que toda su comunidad.
Me surge comparar esta historia con la de serie inglesa The Bletchley Circle, en la que un grupo de mujeres tras varios años de trabajar en secreto en la decodificación de los códigos nazis se ponen a investigar por su cuenta casos comunes, aquel lugar, Bletchey Park al que también pertenecia Alan Turing (acusado de homosexual) en el mismo trabajo de desciframiento y del que se ocupó la película Código enigma.
Las historias de científicos ocultos o especialistas que cumplieron un papel fundamental durante y después de la Segunda Guerra Mundial es dada a luz en los últimos años, algunos de ellos pertenecen a minorías dobles y esto las hace más interesantes, pero normalmente a través de películas bastante mediocres, que ponen por delante de toda otra cosa el didactismo del mensaje.
La película de Theodore Melfi, conocido por St Vincent con Bill Murray., no escapa de esa media.