La jugada maestra. Talentos ocultos podría clasificarse muy rápidamente como una más de las de temática afroamericana nominadas a los Oscars de este año, y estaríamos en lo cierto, pero la nueva película de Theodore Melfi es mucho más que eso. Antes que nada, su argumento la convierte en la más atractiva del grupo: cuenta la historia de tres mujeres negras que trabajan en una sede de la NASA en Virginia entre fines de los años 50 y principios de los 60, en plena batalla entre Estados Unidos y la Unión Soviética por mandar al primer hombre al espacio. La película, que encuentra a este entrañable trío dirigiéndose en auto al trabajo, a medida que avance el metraje, irá cada vez más centrándose en las peripecias de Katherine, quien será la protagonista principal -algo que ya se anuncia en la primera escena, que la muestra como una niña prodigio en las matemáticas-, para encontrarla años más tarde, en el presente, como una “computadora”. Ese es el término que utilizaban en la NASA para denominar a los empleados contratados para realizar todo tipo de cálculos matemáticos. Katherine, el eje sobre el que orbita la película, realiza los más complejos, aquellos que determinarán las trayectorias de los cohetes y de las naves para que los astronautas puedan regresar a salvo de sus misiones. Las otras dos mujeres, Dorothy y Mary, también matemáticas, van de a poco convirtiéndose en accesorios para aggiornar la historia principal, sobre todo a partir del ascenso de Katherine a un selecto equipo integrado casi exclusivamente por hombres blancos liderados por Kevin Costner, abocado a tomar las decisiones más importantes con respecto a las misiones espaciales.
El director maneja la película con la misma simpatía y optimismo que había desplegado en St. Vincent, con Bill Murray y Melissa McCarthy, donde por momentos el mensaje amenazaba con apoderarse de la narración, pero jamás lo lograba. Acá sucede algo parecido: los “temas importantes”, como el racismo y el machismo, son abordados, al contrario de lo que uno esperaría, de forma muy medida y con cierta ligereza que permite esquivar los lugares comunes frecuentados por este tipo de películas. En Talentos ocultos no hay golpes bajos ni rastros de solemnidad gracias a ese tono amable que elige el cineasta para el tratamiento dramático. Eso incluye una gran cantidad de gags, entre ellos, el recurrente de Katherine corriendo ida y vuelta al baño para mujeres de color que se encuentra a varios metros de distancia del edificio en el que trabaja.
Otro de los aciertos de la película es que, a pesar de buscar la emoción del espectador en todo momento, no cae en la tentación de hacerlo a toda costa. Ahí es donde se diferencia de las otras nominadas al Oscar con temáticas en común como Luz de luna o Un camino a casa, más ocupadas en cumplir un objetivo ideológico que uno cinematográfico. Talentos ocultos, en cambio, elige no regodearse en el sufrimiento de sus personajes y enfocarse en su persistencia por triunfar y realizar su trabajo a la perfección. Además, no pretende ser una película angustiante como las otras, lo que la hace todavía más efectiva a la hora de crear empatía con sus personajes y con lo que les pasa sin tener que recurrir al efectismo canalla para emocionarnos. No sería exagerado afirmar que se trata de una película que supo incorporar, de forma muy modesta y casi desapercibida, la tradición hawksiana de personajes con una entrega y una dedicación profesional inigualables, en quienes su equipo deposita toda su confianza, y nosotros también.