La película nominada al Oscar es una biopic que respeta cada marca del género. Llevadera, entrañable y didáctica aunque sin nada que la haga especial.
Tres genias mujeres afroamericanas trabajan para la Nasa durante la década de 1960, en plena carrera espacial con Rusia. Esta idea es la que promociona a Talentos ocultos, un milhojas de lugares comunes que amaga con desarmarse pero que no obstante sale indemne, en parte gracias a la dosis de humor que aplica su director, Theodore Melfi, y específicamente por la humanidad que le imprime su elenco.
Estamos ante un filme que no es ni memorable ni bochornoso, resistiendo su propia grandilocuencia como una cápsula que atraviesa la atmósfera terrestre.
Rasgo bastante meritorio, considerando que se combinan aquí tres substancias que dan malos resultados en Hollywood: biopic de genio incomprendido, problemática racial y trasfondo épico-histórico. Encima, el guion no se conforma con el derrotero de su protagonista, una experta en geometría analítica (Katherine), también expande su horizonte sobre una ingeniera espacial (Mary) y una mecánica informática (Dorothy). El trío de amigas negras trenzará sus trayectorias a lo largo del filme, simulando ser piezas imprescindibles de una misma maquinaria.
Ahí yace la principal falencia de Talentos ocultos: disimular su carácter multiforme para que todo parezca causa y efecto. O en otros términos, sugerir que la Nasa es incapaz de hacer despegar un simple cohete sin el encastre de estas mentes brillantes.
El esfuerzo para que las parábolas se junten es tosco y las historias acaban boicoteándose, no ganan autonomía ni se retroalimentan; son carriles paralelos que el director entrevera abusando de secuencias de montaje, creando la ilusión de simultaneidad. Lo único cierto será que estas tres mujeres tendrán en común la raza, la ciencia y la camaradería. El resto es emotividad sincronizada.
Otro inconveniente al que se enfrenta el filme (o beneficio, según la óptica), es la coyuntura de Estados Unidos. Aunque las películas anti-racistas ya sean un subgénero, es inevitable no sentir una comezón extracinematográfica. Talentos ocultos hace de la mujer afroamericana un baluarte social, pero este saludable feminismo no tendría por qué inmunizarla de sus temblequeos narrativos. Una película, por su ideología, no está a priori bendecida.
Por esta misma ventaja discursiva resultan cuestionables ciertos subrayados discriminatorios, escenas sueltas que buscan la misericordia del espectador sin una funcionalidad en el relato. Estos golpes bajos encuentran su contrapeso en la sobriedad gestual de la actriz Taraji P. Henson (interpreta a Katherine G), de ojos vidriosos y angustiados pero nunca extorsivos.
Talentos ocultos, en su balance, deja la sensación de estar contenida, de ser ágil para el humor y efectiva para el drama. Lástima que, en ocasiones, entre la pericia y la chatura los límites se tornen imperceptibles.