Desde su ópera prima, Yo sé lo que envenena, Federico Sosa se convirtió en un cineasta promisorio. Su dirección de actores y su manera de combinar comedia y drama parecían dignas de un veterano. La película resultó una sorpresa que dejaba con ganas de seguir los pasos de Sosa. El documental Contra Paraguay seguía mostrando a un director con una mirada interesante. Tampoco tan grandes, su segunda película de ficción, confirma que las promesas eran fundadas.
Lola (Paula Reca), una publicista de 29 años, recibe dos noticias explosivas en pocos segundos: su madre le revela que en realidad tiene 30 años (había nacido seis meses antes de lo que pesaba) y que su padre, al que creía muerto hace años, acaba de fallecer y le había dejado una herencia. Lejos de recurrir a su pareja, con quien va a casarse, recurre a Teo (Andrés Ciavaglia), su ex novio y aspirante a cineasta. Primero ambos, junto a Rita (María Canale), hermana de Teo, viajan a Mar del Plata. Allí conocen a Natalio (Miguel Ángel Solá), otrora pareja del padre. Los cuatro parten hacia Bariloche, donde están las tierras heredadas, para esparcir las cenizas del difunto. Será un viaje con un amplio abanico de emociones y de situaciones, en el que cada uno aprenderá algo importante sobre los demás y acerca de sí mismos.
Una road movie que va y viene del humor y el romance a las lágrimas, que cuenta con una gran cantidad de antecedentes, en especial desde los Estados Unidos. Pero la película tiene el corazón y la personalidad suficientes para sostenerse por sí misma, sin ser víctima de las comparaciones. Buena parte del mérito es de Sosa: al igual que su película anterior, cuenta una historia de amistad y amor que crece durante un gran objetivo que se plantean los personajes, aun con los conflictos de cada uno. Y es un doble mérito por parte del director, ya que se trata de un proyecto por encargo y no un film propio como Yo sé… Esto permite apreciar su capacidad para adaptarse a otras modalidades de trabajo, sin renunciar a las que parecen ser sus preocupaciones narrativas.
El otro punto fuerte reside en el elenco. Paula Reca, que en este film también debuta como productora, vuelve a demostrar que es una presencia fresca en la pantalla y le saca jugo a un personaje más complejo de lo que parece. Andrés Ciavaglia (visto hace poco en Las hijas del fuego, de Albertina Carri) tiene la presencia perfecta para componer a un joven antihéroe cotidiano. María Canale tiene uno de los roles más conflictuados -y torturados-, pero también es uno de los que aporta distención y risas. En cuanto a Miguel Ángel Solá, compone uno de los papeles más entrañables de su carrera y le imprime el espíritu definitivo a la historia.
Tampoco tan grandes es de esas películas que dejan con un buen sabor, que dan ganas de abrazar, que hacen pensar que hasta los hechos más extraños pasan por algún motivo, generalmente para mejor.