Aprender a buscar... y a encontrar
"Hay que seguir buscando". Es una frase que le ha dejado su padre a su hijo Thomas. El hombre murió en el atentado a las Torres Gemelas. Y Thomas no hace otra cosa que eso: buscarlo. De su padre le quedó una llave, muchos recuerdos lindos y esos juegos de ingenio que lo incitaban a explorar todo. Y ahora, ya sin él, desquiciado por esa ausencia, el nene usará esa llave misteriosa para salir a buscarlo. ¿A qué cerradura pertenece, qué guarda, por qué el padre la tenía escondida? ¿Es un secreto o un legado? El pibe lo vive como una exigencia y se largará por calles de Manhattan para encontrar la respuesta. La alegoría es clara: esa cerradura no lo llevará hasta el padre, pero quizá le permita encontrar un mañana distinto. El planteo es interesante. Las llaves a veces no abren lo que uno quiere. Y lo bueno de las búsquedas es que uno puede encontrar lo que no sabía que estaba. El filme trabaja sobre el duelo imposible, la culpa, la redención, el azar, el recuerdo y el olvido. Pero su realización no está a la misma altura. Le cuesta arrancar y tras alcanzar buenos momentos (la despedida de la llave) se va derrumbando. Manipuladora y efectista, se lanza desesperadamente hacia un final meloso y aleccionador. Todos aprenden: el hijo, la madre, los vecinos, el otro hijo, el abuelo. Entre tantas lágrimas y gratitudes apenas sobrevive la vieja consigna del padre: hay que seguir buscando. Porque siempre algo vamos a encontrar. (*** BUENA).