Para amar u odiar
En todas las épocas han existido temas de especial sensibilidad para la gente. Cuando los mismos son abordados por el cine con demasiada proximidad el asunto puede ocasionar las más disímiles reacciones. Por ejemplo, ¿cuántas veces se ha dicho que el espectador no estaba preparado para tal o cual experiencia cinematográfica? Seguramente no pocas… Ya ha transcurrido una década desde aquel fatídico 11-S que además de un inmenso dolor provocara una reacción en cadena con consecuencias tremendas en todos los órdenes imaginables. Las películas que se rodaron hasta ahora se han concentrado en la crónica de ese día que enlutó a la humanidad entera y la gesta de tantos hombres y mujeres anónimos que lucharon codo a codo, cada cual desde su lugar, para tratar de salvar vidas y sostener a los familiares que debieron sobrellevar semejante tragedia. Analizadas en retrospectiva esas historias respondían a la necesidad imperiosa que tenía la sociedad estadounidense de empezar a cicatrizar la herida de alguna forma. Hacer esto está bien visto, es como una catarsis controlada en la que no caben los riesgos de ninguna índole: mucho menos los artísticos.
Tan fuerte y tan cerca, la nueva película del inglés Stephen Daldry, es una de las primeras obras en plantear el atentado a las Torres Gemelas como disparador de una ficción que, pese a las opiniones vertidas por ahí, conmueve hasta lo más profundo sin recurrir a golpe bajo alguno. Claro que esto es subjetivo y digno de ser debatido. El filme tendrá algunas pocas fallas pero no es tibio, se juega el todo por el todo cargándole el absorbente rol del niño protagonista a Thomas Horn, un muchachito sin experiencia actoral, y presenta unas cuantas facetas como para explorar largamente.
El joven escritor de origen judío Jonathan Safran Foer publicó su novela Tan fuerte y tan cerca en 2005. El galardonado guionista Eric Roth (Oscar por Forrest Gump) se encargó de adaptarlo para la pantalla grande con suma habilidad y Daldry le imprimió su sello poético a un drama hipnótico que pasa de la intensidad emocional más crispada a elucubraciones metafísicas prácticamente sin despeinarse. Nada aquí luce forzado, todo fluye maravillosamente en una trama que debe ser la más original que he visto en años.
Oskar Schell (prodigioso e inolvidable Thomas Horn) perdió a su padre (un muy cálido Tom Hanks) en el World Trade Center hace apenas un año. El contexto traumático de esa desaparición –los seis mensajes de voz guardados en el teléfono- y el sentido de pérdida han dejado en un estado de convulsión y furia permanentes al chico de nueve años, cuya tarjeta de presentación lo identifica como inventor, diseñador de joyas (el oficio paterno), astrofísico y pacifista. Oskar se refiere con razón al 11-S como “The worst day” (El peor día). El precoz e inteligente niño avasalla con su personalidad y sus fuertes conflictos existenciales (“¿Nadie sabe que no hay nadie en el ataúd?”, exclama en el funeral) a su golpeada madre (una impecable Sandra Bullock). Padre e hijo eran tan inseparables que por momentos tememos por la salud mental del pequeño. Durante esas largas jornadas de depresión y nostalgia alternadas Oskar descubre un jarrón en el que su papá dejó un sobrecito con una llave. Recordando los juegos de expediciones con pistas que solían practicar se da cuenta que la única forma de que esa venerada figura no se desdibuje es tratar de hallar la cerradura para la cual fue construida. Una tarea por demás ambiciosa en la que recibirá la comprensión y la ayuda de un anciano que podría ser su abuelo (el genial Max Von Sydow, nominado al Oscar por este papel) y que ha renunciado a hablar por una serie de eventos traumáticos que el director prefiere dejar en un segundo plano. Todos los sábados sale Oskar acompañado por el anciano y munido de sus mapas, su mochila y su pandereta (que le sirve para no paralizarse ante la multitud de Manhattan) para buscar el objeto misterioso que su querido papá le encomendó como misión póstuma y que podría de alguna manera traerle algo de consuelo para, por fin, empezar a superar tan irreparable pérdida.
Los detractores de la película están en condiciones de acusar a sus creadores de utilizar el 11-S como trasfondo con fines sensacionalistas. Yo no lo veo así. La carga emocional no sería la misma si, por ejemplo, el personaje de Tom Hanks perdiera la vida en un accidente de autos. Ese contexto en particular y el tratamiento, insisto, para mi nunca especulativo que le da Daldry empuja hacia delante la historia dramáticamente. Y estoy convencido de que los tiempos, los climas y el personaje de Oskar en sí son menos hollywoodenses que varias de las otras películas nominadas al Oscar en este 2012. La clave del relato, no obstante, recae en la actuación de Horn que por suerte no intenta congraciarse con el espectador haciendo caritas ricas a cámara; Oskar no es un nene para poner en la mesita de luz: es complejo, por momentos lo odias, en otros te compadeces por su sufrimiento pero siempre resulta creíble en sus berrinches, arrebatos y extrema sensibilidad. Esta actuación es el verdadero triunfo de Tan fuerte y tan cerca…
El tiempo pone en perspectiva a las obras de arte. Lo que hoy es calificado como obra maestra mañana puede ser destrozado sin culpa (y viceversa). El valor de una película valiente, poco concesiva (hay algunos subrayados que se podrían haber evitado cerca del final) y honesta como esta no puede ser objetado con argumentos irrefutables. Todos podemos cambiar nuestro sentir eventualmente. Aquí y ahora, un film brillante. Quizás lo mejor que haya realizado Stephen Daldry en toda su carrera. ¿Para amar u odiar? Eso parece...