Tan fuerte y tan cerca tiene el mismo problema que su protagonista; el joven Oskar Schell solo puede relacionarse con el mundo cuando lo hace mediante alguna capa de ficción que recubre la realidad y la vuelve extraña. A Stephen Daldry le ocurre algo parecido: después de una primera media hora más o menos prometedora (al menos no tan mala como amenazaban los avances y el sentido común más craso), el director fracasa cuando tiene que lidiar con un tema como el atentado a las Torres Gemelas. Al igual que Oskar, la película es ágil y demuestra alguna clase de inteligencia cuando trata con materiales ficticios (como la posible existencia de un desaparecido distrito neoyorquino que se habría perdido misteriosamente) pero se revela torpe, pesada y cómoda cuando dialoga con el mundo real. La decepción es grande porque Tan fuerte y tan cerca proponía acercarse a algo tan complicado y sensible como el 11 de septiembre desde una óptica nueva que privilegiaba lo lúdico y el trabajo con la fantasía, en vez de ofrecer otro regodeo simplón y repleto de golpes bajos. Al final, un mensaje berreta y previsible (similar al que cierra El alquimista, el mamotreto de Paulo Coelho) viene a querer suturar una película que hace agua por todos lados y que abusa de los pocos recursos que maniobra (el mutismo voluntario del personaje de Max Von Sydow, los estallidos de Oskar, los flaschbacks del hijo junto al padre, los últimos llamados telefónicos realizados desde las Torres que son usados como generadores de suspenso). El resultado final es indignante porque Daldry, queriéndolo o no, al principio deja entrever que hay otras formas posibles de contar una historia sobre un hecho trágico; es la enseñanza con la que Thomas machacaba a su hijo: se puede recorrer e investigar Central Park en busca de los restos de un pedazo de tierra gigante ya desaparecido, no importa lo ridículo o imposible que suene la empresa: la ficción no es un escape de la realizada sino una manera distinta de abrazarla. En vez de cartografiar de forma novedosa un terreno ya conocido como el del cine dramático basado en hechos reales, el director toma el camino más fácil y transitado: el de la explotación de la tristeza y la tragedia, de los golpes de efecto y los mensajes altisonantes.